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Análisis | dimite el primer ministro japonés

La inercia política nipona hunde al anunciado Gobierno del cambio

Hace diez meses, el PJD lograba una aplastante victoria electoral y llegaba al poder, desbancando, por segunda vez en medio siglo, al todopoderoso PLD. Su triunfo llegó a lomos de la promesa, tan de moda por el fenómeno Obama, de «cambio». Poco ha durado, sin embargo, la alegría de sus dirigentes.

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Txente REKONDO | Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

El acuerdo sobre las bases de EEUU, el importante retroceso de apoyo popular al primer ministro, Yukio Hatoyama, las acusaciones de corrupción contra importantes cargos del partido y la deserción de uno de sus aliados, el Partido Social Demócrata (SDP), han acabado por forzar la dimisión del jefe del Gobierno en vísperas de las elecciones en julio a la Cámara de Consejeros (Senado).

Las bases militares que EEUU mantiene en territorio japonés desde la finalización de la II Guerra Mundial han centrado buena parte del debate político. La decisión final del primer ministro de ceder a las presiones de Washington ha estado precedida de importantes movilizaciones populares y de un tenso debate político. La mayoría de la población de Okinawa salió a las calles para recordar a Hatoyama su promesa de poner fin a la presencia de los estadounidenses en la base de Futenma.

La presencia norteamericana en las islas del sur de Japón siempre ha estado marcada por sus abusos y privilegios. Las muertes provocadas por accidentes o por acciones deliberadas de los soldados contra la población local han generado importantes protestas, acrecenta- das por la impunidad.

En Okinawa, «los militares de EEUU se han apropiado de la tierra, han dañado seriamente el ecosistema de la región y, además, se han visto implicados en accidentes y violaciones», afirma un periodista local. «Nuestro pueblo ha expresado el rechazo a esa presencia militar (en 1970, más de 5.000 ciudadanos de Koza atacaron las instalaciones y vehículos militares de EEUU, dándoles fuego), y «nos sobran razones políticas, económicas o medioambientales para defender esa salida».

Otro frente son las acusaciones de corrupción que han salpicado al secretario general del partido, Ichiro Ozawa, hombre fuerte junto a Hatoyama. Las sospechas sobre Ozawa, quien podría haber violado la legislación japonesa en una transacción de tierras, y sus posteriores movimientos -negándolo todo, pero evitando a toda costa cualquier investigación pública- han mermado seriamente la credibilidad política del PDJ ante el electorado.

Cuando en agosto del año pasado, muchos electores dieron su voto al DJP, lo hicieron con la esperanza en un cambio político y, sobre todo, para acabar con una forma de hacer política muy extendida, y basada en la corrupción. Una constante que ha salpicado a los partidos políticos y que ha centrado la lucha por el poder y control de los aparatos partidistas.

Las pugnas personalistas han provocado muchas veces la deserción de ciertas figuras para crear acto seguido otra formación en torno a su persona. La mayoría de estas aventuras políticas no han sido capaces de acabar con el dominio de los dos grandes partidos políticos.

Estos acontecimientos han erosionado seriamente la credibilidad y el apoyo popular al actual Gobierno. Algunas medi- das del Ejecutivo han intentado desarrollar la agenda del cambio pese a los «errores» de bulto cometidos. En el haber, algunos sitúan la inyección económica que ha permitido impulsar el crecimiento interno, recortar gastos innecesarios, y frenar el peso de los burócratas en el diseño de las políticas públicas.

Otro factor que todavía juega a favor del partido del Gobierno es la situación de su máximo opositor, el PLD. Desde la derrota del pasado año, importantes figuras lo han abandonado para crear sus propias formaciones, mientras que otras voces relevantes critican abiertamente a su líder, Sadakazu Tanigaki, a quien acusan, entre otras cosas, de falta de carisma.

Además, una mirada detallada a los programas de ambas formaciones y al quehacer diario de sus dirigentes lleva cada día más a buena parte del electorado japonés a mirar la escena política de su país con descontento, percibiendo que las propues- tas de unos y otros apenas se diferencian en el fondo. Como señalaba recientemente un importante miembro de un think tank japonés, «en Japón, las coaliciones rara vez se basan en la política. Los números de escaños y los lazos personales son lo primero, y a continuación viene la política».

Otras fuentes señalan que el Gobierno de Hatoyama carece de programa, a pesar de que sus intenciones puedan ser buenas. Las relaciones con EEUU, en torno a las que gira buena parte de la política exterior de Japón, y sobre las que se basa la supuesta seguridad del país, seguirán estando en el centro de polémica. Las tensiones entre las dos Coreas pueden servir de excusa para justificar la necesidad de contar con el respaldo de EEUU ante un eventual ataque de Pyongyang, pero cada día son más los que rechazan la situación actual, condicionada en todo momento a los deseos e intereses de Washington.

Si bien Hatoyama llegó al poder asegurando que a partir de entonces las relaciones con EEUU serían «más equitativas», su caída deja bien claro que el asa sigue estando en manos de los norteamericanos, y las dificultades políticas que ello acarrea en Japón importan bien poco en la Casa Blanca.

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