«Lo peor es no tener a quién preguntar ni saber qué preguntar»
Descubrió que era un chico a los 16 años; los médicos confundieron sus genitales al nacer, y hasta su adolescencia pensaron que era una chica. Dejó de ser Patricia y pasó a llamarse Gabriel. Con 39 años, este gaditano no tiene reparo en contar su aleccionadora historia. Es ``intersexual'', un desajuste en el desarrollo sexual que sufre un 1% de la población. Ha estado en Donostia, invitado por Gehitu.
Joseba VIVANCO
Intersexualidad, ¿de qué estamos hablando?
Hablamos de una situación donde no podemos discernir con total seguridad cuál es el sexo de una persona contemplando sus genitales. Te puedes encontrar hasta tres condiciones fundamentales: ambigüedades genitales donde éstos no se han terminado de definir ni en masculino ni en femenino; discrepancias entre los genitales externos, como vulva y pene, e internos, como ovarios y próstata, donde una persona puede tener próstata, vesículas seminales e incluso testículos alojados en las ingles y unos genitales externos que parecen una vulva; y, finalmente, cromosomas sexuales en mosaico. Esto último quiere decir que habitualmente tenemos XX (mujeres), XY (hombres) pero te puedes encontrar XO (un solo cromososma X), o combinaciones múltiples como XXY.
Hoy intersexuales, antes hermafroditas... ¿Este término es ya historia?
No. Y, a estas alturas de la película, tampoco creo que sea importante. De hecho, los ``intersexuales'' podemos decir que tenemos mitología y todo... (ríe). El mito afirma que hubo un ser que poseía genitales de ambos sexos.
¿Y es posible?
Es anatómicamente imposible puesto que, de una única estructura embrionaria se desarrollan bien el clítoris, bien el falo; bien testículos, bien ovarios; bien escroto, bien labios mayores. Por tanto, es absolutamente imposible que encontremos nadie que tenga vulva y escroto a la vez. Sí que te puedes encontrar bebés que nazcan con ``ambigüedad genital'', donde no puedas discernir muy bien si se trata de un escroto ``partido'' o una vulva, o si lo que tiene es un micropene o un megaclítoris. Pero sí, en el imaginario colectivo, las personas se remiten a esa representación del hermafrodita. Lo dicho, es parte de nuestra historia, no pasa nada.
¿Se ha preguntado muchas veces eso de «por qué a mí»?
Sí, docenas, cientos, miles de veces me he preguntado «¿por qué a mí?». Durante años me he hecho esa pregunta. Hasta que un día, mirando el mar a solas, me surgió una respuesta: «Y, ¿por qué a otro?». Entonces, comprendí que se trataba sólo de una cuestión estadística, que le tenía que tocar a uno de cada diez millones de varones nacidos vivos y me había tocado a mí, que si le hubiese tocado a otro, sería igual de injusto y de doloroso, sólo que yo no me habría enterado. Me dí cuenta de que así era la vida y de que yo no era más que otra gota en aquel océano. Visto así, las cosas se relativizaban mucho. Y me sentí aliviado.
¿Tardó mucho en asumir con naturalidad su condición?
Crecí en un hogar donde no se hablaba de lo que me estaba ocurriendo, donde se miraba para otro lado quizá pensando que si «no lo nombramos, dejará de existir». Supe que dos generaciones antes había existido otro caso de intersexualidad en mi familia materna y que lo habían ocultado igualmente. En un ambiente de tanto tabú, de tanta vergüenza, donde se te pide que para hacer la vida que quieres hacer te vayas lejos, es imposible asumir nada con naturalidad. Tuvo que ser tras una crisis profundísima, cuando empecé a soltar lastres de mi pasado. En mi caso, el punto y aparte ocurrió con 33 años. Empecé a vivir desde cero... Y empecé a ser feliz.
¿Lo peor fue buscar respuestas y no encontrarlas?
Lo peor es no tener a quién formularle las preguntas y peor que eso es no saber, ni siquiera, qué preguntas debes hacerle. No tener la menor referencia de qué te pasa, a qué se debe, a quién puedes acudir. Y, después de eso, no obtener respuesta cuando ya, por fin, has conseguido formularlas... Imagínese.
Usted sabe como pocos lo que significa la palabra soledad...
Hay tres palabras que definen mis primeros 33 años de vida: nunca, nada, nadie. Nunca hubo nadie que pudiese ayudarme en nada. Una vez, en el colegio, nos explicaban que si el núcleo del átomo tuviese el tamaño de una mosca, su ``corteza'' tendría el tamaño del Vaticano. Recuerdo que me sentí muy identificado con esa imagen... Las personas más próximas me quedaban a un universo de distancia.
Le he leído decir con humor que «ha salido tres veces del armario»...
Sí, y es muy importante salir del armario. Los seres humanos no estamos preparados para el aislamiento y mucho menos para sentir que hay algo en nosotros que podría motivar que nos rechazasen los que nos rodean. Nadie puede ser verdaderamente feliz si se siente en la obligación de esconder algo suyo por miedo a ser excluido. Las dobles vidas sólo generan neurosis.
¿Y cómo «salió» usted?
La primera vez que salí del armario fue a los 18 años, cuando fui al médico por primera vez y pude compartir con todos que era un chico. La segunda vez que salí del armario fue cuando decidí que jamás escondería a nadie ninguna parte de mi historia. Que durante mi infancia y adolescencia me llamasen Patricia forma parte de mi biografía, así que salí del armario como `«intersexual'». La tercera fue la clásica salida del armario como hombre homosexual y fue la más sencilla de todas.
Si volviese por un momento a esa infancia, ¿con qué lección de las aprendidas se quedaría?
Con una que aún me resulta un tanto agridulce: aprendí que la mayoría de las personas son buenas y no quieren complicarse la vida ni meterse con nadie. Que hay pocas personas que sean realmente malas pero que, esas pocas son muy malas y hacen mucho daño. Lo doloroso fue darme cuenta de que esos pocos malos hacen tanto daño, porque la gente que no quiere complicarse la vida mira para otro lado. Una sociedad justa no puede mirar para otro lado.
Hoy, alguien que nazca con una disfunción sexual así, ¿lo tendría más fácil?
A nivel médico sí, infinitamente mejor y más fácil. A nivel social o familiar, no lo tengo tan claro. Pero hablar de ello es importante para que esas personas tengan referentes y para que la gente lo conozca y, hablando, vean que lo importante no es la clase de genitales al nacer, sino el ser humano que somos.
«Hay tres palabras que definen mis primeros 33 años de vida: nunca, nada, nadie. Las personas más próximas me quedaban a un universo de distancia»
«La mayoría de personas son buenas, pero hay unas pocas malas que hacen mucho daño y lo doloroso es que esa gente buena mira para otro lado»