Huele a vacaciones. El anochecer se hace esperar cada día un poquito más y las fiestas populares aguardan ya ansiosas por llegar. El buen tiempo alegra el ánimo pero, a la vez, nos convierte más perezosos con los quehaceres diarios. Un lujo que miles de estudiantes no se pueden permitir estos días.

Más de diez mil estudiantes de Araba, Bizkaia, Nafarroa y Araba se enfrentan desde ayer y hasta mañana a la temida selectividad. Pronto les tocará el Bac a los de Lapurdi, Behe Nafarroa y Zuberoa. Durante tres días deberán plasmar en un papel todos sus conocimientos. No hay espacio ni tiempo para los nervios, ni para las preguntas, menos aún para la críticas.

De pequeños no hacen más que insistirnos para que elijamos nuestra vocación. Cuántas veces hemos tenido que responder a la pregunta «y tú... ¿qué quieres ser de mayor?». Pero el abanico de opciones de futuro se reduce para muchos nada más conocer la calificación del examen. Un tribunal formado por profesores que no conocen nada de ti te califican, poniendo en tela de juicio el sueño de tu infancia y meses de arduo trabajo.

Los dos años anteriores a la selectividad tampoco son mucho mejores, ya que los estudiantes son obligados a vivir bajo la espada de Damocles. La inminente selectividad. Esa es la excusa empleada por profesores, directores de centros y padres para que los alumnos callen, atiendan y estudien. Curiosa forma pedagógica para conseguir la motivación del alumnado.

La capacidad de absorción de contenidos. Ésa es la única competencia que puede ser medida mediante esta prueba. ¿Dónde queda la capacidad de crítica o la aptitud creativa de la alumna? Sin contemplar siquiera el proceso de aprendizaje, al alumno le es asignado un resultado. Una calificación. Un número. Ese número y el poder adquisitivo del alumno harán que las puertas de su futuro estén abiertas o cerradas.

Y luego dicen que la educación es universal y que podemos llegar a ser lo que nos proponemos.