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Ińaki LEKUONA Periodista

El muerto de Bélgica

 

Bélgica es un cadáver en descomposición. Así lo creen los franceses. A dos de cada tres no le importaría que la parte francófona, Valonia, se uniera a la República. Lo dice una encuesta publicada esta pasada semana. Es curioso el sentido de territorialidad de un país que, como España, acuña en su constitución su condición de una e indivisible. No se puede desmembrar, pero, claro, nada se menta de ampliar.

Bélgica no son los Balcanes, dicen los que dicen saber. No es un duelo a muerte, sino más bien un divorcio poco amistoso. Por ello no habría problema en que el miembro desconsolado de la pareja buscara consuelo en otro hombro, máxime cuando habla el mismo idioma, cuando comparte una cultura similar.

Creen dos de cada tres franceses que, con Valonia, no habría ningún problema. Aunque, si se observa bien el rictus del fiambre belga, quizá sí, porque la parte más descompuesta del difunto habla francés, mientras que la más viva, flamenco. Como advirtió en los ochenta un ministro de Miterrand al ser preguntado por una posible incorporación de los valones a la República francesa, «socialista no rima con gilipollas: ¡no pienso cargar con los pobres de Bélgica, ya tengo bastante con los míos!».

Un cuarto de siglo más tarde, los franceses creen que Bélgica es un cadáver en descomposición, pero los ministros de Sarkozy saben, además, que es un muerto. Cargar con él puede ayudar a abonar el sustrato que alimenta desde hace dos siglos el orgullo nacionalista franco, pero a la larga también puede significar un lastre pesado que acabe por enterrar ese mismo orgullo en los jardines de los Campos Elíseos. A París, Bélgica le huele mal.

 
 
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