Los campeonatos del mundo, además de una selección que se alza con el triunfo, en ocasiones dejan también escuadras que se incrustan en el ideario colectivo debido a la calidad y el estilo de juego desplegado. La Hungría de Puskas en 1954, la Brasil que disputó el Mundial del Estado español, la Dinamarca que asombró en México y, sobre todo, la Holanda de Cruyff en 1974 son los ejemplos más conocidos.

Esta tarde, nórdicos y tulipanes medirán sus fuerzas en Johannesburgo. Un partido con las nuevas versiones de ambos combinados. Conjuntos en plena transición y cuya historia pesa demasiado a la hora de medir sus verdaderas posibilidades, especialmente en el caso de los holandeses. La irrupción de la «naranja mecánica» comandada por Rinus Michels en la Copa del Mundo supone un hito difícil de superar. El «fútbol total» practicado por aquel equipo, donde cualquier jugador era capaz de hacer absolutamente de todo y mostrando siempre una capacidad técnica fantástica cambió la historia.

La base del grupo estaba formada por futbolistas que habían hecho tricampeón de Europa al Ajax a principios de los setenta. Johan Cruyff, integrante de dicho conjunto, ya había fichado por el Barcelona. El flaco estaba acompañado de jugadores con un talento descomunal como Neeskens, Rep, Haan, Krol, Rensenbrink, Suurbier o los gemelos Van der Kerkhoff, formando así un bloque que estuvo a un paso de ganar el Mundial con un gran juego.

El punto más débil estaba en la portería. La enemistad de Cruyff con Jan van Beveren, portero del Feyenoord y junto a Van der Sar el mejor arquero de la historia de la orange, permitió a Jan Jongbloed ser el titular. Era un meta atípico, vestía de amarillo, lucía el dorsal ocho y se manejaba mejor con los pies que con las manos. No son pocos los que achacan a su escaso acierto las derrotas en las finales de 1974 y 1978.

En la cita alemana, Holanda arrancó el campeonato venciendo por dos a cero a Uruguay; siguió con un empate a cero ante Suecia y goleó a Bulgaria por cuatro a uno para cerrar la primera fase. Sin embargo, su verdadera dimensión se vio en la siguiente ronda. Humilló por cuatro a cero a Argentina, ganó por dos a cero a la República Democrática de Alemania y obtuvo el pase a la final superando a Brasil por idéntico resultado.

En la final, Alemania ganó por dos goles a uno a Holanda.Cuatro años más tarde, sin Cruyff ni Michels, volvieron a disputar la final en Argentina pero se estrellaron ante el poste y un mal arbitraje.

En 1986, el juego desplegado por Dinamarca en la primera fase fue lo más parecido a la orange de 12 años antes. La dinamita roja estaba dirigida por el alemán Sepp Piontek y contaba con excelsos futbolistas como Eljkaer-Larsen, Laudrup, Lesby, Jesper Olsen, Arnesen, Morten Olsen, Sivebaek o Eriksen.

Iniciaron el Mundial venciendo por cero a uno a Escocia; arrasaron a Uruguay con un increíble seis a uno; y cerraron la primera fase imponiéndose por dos a cero a Alemania. La dinamita roja era ya una de las grandes favoritas. El técnico permitió a sus futbolistas beber alcohol, fumar y estar con sus compañeras durante la concentración durante todo el Mundial. Todo parecía idílico hasta una tarde en Querétaro donde Butragueño hizo cuatro goles y escenificó el peor petardazo de la historia de la dinamita roja. Demasiada suficiencia, dicen.