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Crónica | 30º aniversario de la desaparición de «Naparra»

La solidaridad alienta a una familia marcada por un perpetuo mutismo

A falta de una tumba donde rendir tributo, decenas de personas ascendieron, como lo vienen haciendo durante los últimos treinta años, hasta el caserío Iola de Lizartza. Allí, ante el monolito que recuerda la figura de «Naparra», arroparon a una madre quebrada por una larga ausencia y reclamaron la verdad.

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Oihana LLORENTE

Han trascurrido tres décadas desde que José Miguel Etxeberria, Naparra, desaparecía sin dejar rastro. El joven militante de los Comandos Autónomos Anticapitalistas fue visto por última vez el 11 de junio de 1980 en Ipar Euskal Herria, donde residía como refugiado político.

Su desaparición fue reivindicada por el Batallón Vasco Español (BVE) a través de cinco llamadas telefónicas. Tras ellas no se ha vuelto a tener noticia alguna sobre aquel joven independentista de 22 años, dando inicio a un mutismo oficial que perdura a día de hoy.

Con objeto de arropar y mostrar cariño y solidaridad a una familia quebrada por el dolor de esta ausencia, decenas de vecinos de Tolosaldea llevan a cabo cada aniversario de su desaparición un sencillo homenaje ante el caserío familiar, Iola, ubicado en Lizartza.

La madre de Naparra, Celes, y sus hermanos no quisieron faltar a la cita, donde fueron acogidos entre besos y abrazos por los que fueran compañeros y amigos de Naparra o, como apuntaran después en el acto, por jóvenes marcados por su desaparición.

Muchos de los que ascendieron hasta el caserío, debido a su temprana edad, no tuvieron ocasión de conocer a Naparra, pero la memoria colectiva transmitida de generación en generación ha hecho que su figura forme parte de su historia y trace su compromiso militante, como indicó una joven representante del movimiento pro amnistía. También tuvo palabras para el «Plan de Convivencia Democrática y Deslegitimación de la Violencia» que pretende implantar el Gobierno de Lakua en las aulas, al preguntar si la madre de Naparra no tiene cabida en las mismas.

Consideró que, sin militantes como Naparra, Euskal Herria no estaría en la tesitura en la que se encuentra ahora, «a las puertas de conseguir el derecho a decidir su futuro». Y alertó de que, pese a vislumbrarse ese escenario, queda mucho por andar y animó a los asistentes a realizar juntos ese camino.

Más de diez mil días

Los bertsos y las notas de los gaiteros se hicieron eco entre las montañas que rodean Lizartza, mientras que las dantzaris depositaban un ramo de flores en el monolito que algún día debería custodiar los restos de José Miguel Etxeberria.

Un integrante del colectivo Egia, Justizia eta Oroitzapena tomó la palabra para dar un mensaje de ánimo a todos los allegados y recordó especialmente al padre de Naparra, que falleció sin conocer el destino de su hijo.

La familia Etxeberria-Álvarez lleva 10.960 días despertándose con la esperanza de que nuevas investigaciones alumbren uno de los capítulos más oscuros de la «guerra sucia» en Euskal Herria.

 

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