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«La última estación»

Mikel INSAUSTI

Michael Hoffman ha dicho que «La última estación» ha sido posible gracias a la inspiración literaria de Chejov, pero creo que el tema de la revitalización provocada por la cercanía de la muerte lo trata mucho mejor el argentino Carlos Sorín en «La ventana». Porque a veces es mejor hablar de un escritor en abstracto, o al menos de un escritor no tan famoso como Tolstoi, ya que el peso de su obra condiciona mucho. Sí que el protagonista de «La última estación» rememora sus romances del pasado con una cercanía asombrosa a sus 82 años, si bien no me termina de quedar clara su postura con respecto al sexo. Sofía, la mujer del autor de «Guerra y paz», acusa a los seguidores de su marido de puritanos, y, sin embargo, en la granja de los tolstoianos una joven no duda en practicar el amor libre con el joven secretario del mismísimo Tolstoi. La chica parece más bien salida de una comuna hippy, o en todo caso la descripción del utópico lugar y del grupo pacifista que lo habita recuerda a lo visto en la película «El balneario de Battle Creek», donde el doctor Kellog, el de los cereales, se comportaba como un gurú de la vida sana.

Hay en «La última estación» una chirriante obsesión actualizadora, la cual se impone tanto en los momentos de comedia como en los dramáticos. Por eso mismo uno no sabe si se debe tomar en broma o en serio esa perspectiva tan contemporánea, máxime cuando su tono exageradamente anacrónico sobrepasa lo razonable en todo lo tocante al tema de la prensa sensacionalista. Pase que Tolstoi aparezca como un iluminado rodeado de fans en un tiempo en el que tal concepto todavía no existía, pero colocarlo en 1910 expuesto a los reporteros y fotógrafos que no respetan la intimidad de su agonía es ya demasiado. Es mejor olvidarse del guión y disfrutar de las magníficas interpretaciones del trío estelar formado por Christopher Plummer, Helen Mirren y Paul Giamatti; junto con la bellísima partitura musical compuesta por el ruso Sergei Yevtushenko.