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LA REAL RETORNA A PRIMERA

La Real ya está en Primera

«Adiós, adiós, hemos venido, a despedirnos, de Segunda División». Más de 30.000 gargantas corearon en Anoeta una melodía que desbancó del número uno al ya clásico «Que sí, joder, que vamos a ascender».

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Imanol INTZIARTE

La Real vuelve a Primera. Dicho así parecen cinco palabras, una frase sin más. Pero tras ellas se esconden tres años de penuria deportiva, económica y social que ayer pasaron, al menos en buena parte, al baúl de los malos recuerdos. Y emergió un estallido de abrazos, de euforia, de lágrimas que otrora fueron de pena y se trocaron en llanto de alegría. De esa risa nerviosa que nos atrapa cuando no podemos expresar con palabras el éxtasis. ¿Es un juego? Sí. Pero también es algo más, mucho más. La Real es, sin lugar a dudas, el elemento que más y mejor cohesiona a Gipuzkoa y a la gran mayoría de los guipuzcoanos, aparcando durante 90 minutos de cada semana sus diferencias, sean estas sociales, políticas o económicas. Que no es poco.

Todo eso se dio ayer concentrado y elevado a la enésima potencia no sólo en las gradas de Anoeta -que sin duda se quedaron pequeñas- sino delante de cada pantalla de televisor, delante de cada ordenador en el que se seguían los avatares del choque a través de internet, delante de cada emisora de radio, cuando un disparo que se marcha al banderín de corner parece una clarísima ocasión de gol.

Repasando sólo la década que ha transcurrido de este siglo XXI, la memoria colectiva blanquiazul tiene un nutrido ramillete de disgustos. Aquel partido de Vigo donde se escaparon las opciones del tercer título liguero de la historia, el disputado en Valencia que certificó el descenso a Segunda, o el de Mendizorrotza, cuando en menos de cinco minutos se escurrió como arena entre los dedos un retorno a Primera que ya se celebraba.

Afición, jugadores, técnicos...

Y en esta hora es justo acordarse de quienes no abandonaron el barco ni siquiera en sus peores momentos, cuando la vía de agua era tan grande que amenazaba con mandar la nave al fondo del océano. Comenzando por esa afición que no ha fallado y ha seguido acudiendo a Anoeta en un número que ya quisieran para sí muchos equipos que estaban en Primera. Y no sólo cuando las cosas iban de cara, como en los últimos meses, también cuando pintaban bastos. Por no hablar de las palizas en autobús a esos campos de la geografía ibérica en los cuales nunca han faltado los gritos de aliento.

Siguiendo con jugadores que podían haber cogido las maletas y marcharse a otros equipos cobrando una nómina bastante más suculenta. Pero optaron por quedarse en su equipo, incluso renunciando a cantidades económicas que ya tenían firmadas. Algunos siguen y otros ya se marcharon, pero todos merecen reconocimiento.

Sin olvidarse de los técnicos, no sólo los de la primera plantilla, sino también los de los escalones inferiores. Y en ese capítulo merece saborear un buen pedazo de la tarta Juanma Lillo. El tolosarra -pese a que se le negó la gloria final que se lleva un Martín Lasarte que ha hecho una gran tarea-, se ató valerosamente al timón cuando más arreciaba la tormenta y fue capaz de convertir el vestuario en un compartimento estanco al margen del oleaje.

Y en los despachos, la Real parece haber recuperado la filosofía de cordura que tan buenos resultados dieron con Uranga y sus antecesores. Sólo cabe esperar que la borrachera del retorno a Primera no se les suba a la cabeza ni a los actuales gestores ni a los que vengan por detrás. La Real ha sido grande cuando ha asumido que en muchos aspectos es un club pequeño.

Así que después de trasegar tanta hiel, llegaba la hora de degustar la miel. Obviamente una metáfora, porque los taberneros hicieron caja, y no precisamente sirviendo el producto que elaboran las abejas. Si como muestra vale un botón, valga a decir que en las inmediaciones del epicentro, en el barrio donostiarra de Amara, desde media mañana era tangible que no era un día más, que la jornada, el 13 de junio de 2010, nacía con vocación de pasar al libro de oro en el que se va escribiendo la historia de este club.

Parejas, familias, cuadrillas... todos con los colores blanco y azul en sus prendas, en sus banderas, en sus bufandas. Y ese ambiente fue in crescendo a medida que pasaban las horas. Según se acercaban las seis de la tarde, todos los caminos convergían en Anoeta, ese feudo este año cuasi inexpugnable.

Una euforia liberadora

El gigantesco mosaico blanquiazul previo al partido ya hacía aflorar las primeras emociones intensas, los ojos comenzaban a humedecerse. Qué no pasó poco menos de dos horas más tarde, cuando los goles de Prieto -lesionado en la celebración, ya es mala suerte- y Carlos Bueno sellaban la victoria, los tres puntos y el ansiado ascenso.

Lo acontecido a partir de ese momento es de esas situaciones que tanto las más de 31.000 personas que estuvieron en el campo como las que lo vieron por televisión contarán repetidas veces a lo largo de su vida. «Yo viví aquel día, yo disfruté de aquello», narrarán con orgullo.

El mosaico se compone de pequeñas imágenes, detalles que hacen única cada celebración. Porque era imposible permanecer impasible ante el llanto desatado de Antoine Griezmann, al que de repente se le vinieron encima los sólo 19 años que tiene tras una temporada en la que sobre el verde ha demostrado una madurez y unos galones a la altura de los cracks.

Hacia él se fue el primero Carlos Bueno -envuelto en una bandera de Peñarol- para ofrecerle un hombro para llorar. Otro fuera de serie es Xabi Prieto, quien lesionado en la celebración de su gol dio la vuelta al campo con el tobillo vendado y a la pata coja.

O Martín Lasarte, que como ya había anunciado aparcó su habitual seriedad y, trajeado, no tuvo reparos en lanzarse en plancha sobre la húmeda hierba. Porque el sirimiri no podía faltar a una fiesta que se precie en Donostia.

Ya sobre el estrado y con el micrófono en la mano, algunos demostraron su vena artística -escasa, por cierto- con clásicos cánticos como el «Goazen Erreala» o el «Adiós, a Segunda adiós», mientras que otros tuvieron palabras de agradecimiento y recuerdo -como Mikel Labaka, quien en un momento tan emotivo se acordó de los presos-, y hubo algunos cuyas palabras sonaban a despedida, caso de Asier Riesgo.

Fue una fiesta sencilla, sin estridencias, en consonancia con lo que ha sido este club durante la mayor parte de su ya centenaria historia. A partir de ahora comienza un nuevo reto, el de mantenerse en Primera. No será fácil, nunca lo fue, pero la Real ya lo logró con honores durante cuatro décadas seguidas. ¿Por qué no se va a repetir?

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