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Maite SOROA | msoroa@gara .net

El temor a hablar de lo de Loiola

Los elementos más recalcitrantes del unionismo repiten como un mantra las advertencias a la «trampa» que prepara la izquierda independentista para burlar a su estupendo «Estado de Derecho». Joseba Arregi -por aquello de la necesidad de hacer méritos que atormenta al converso- brilla con luz propia entre los agónicos profetas.

Ayer en «El Mundo» advertía de que en las conversaciones de Loiola entre PSE, Batasuna y PNV, «el Estado de Derecho estuvo pendiendo de un hilo». ¡Toma ya!

Arregi -con tantos otros antes- se muestra convencido de que el empleo de la fuerza policial puede poner fin a la existencia de ETA y por eso llamaba la atención sobre lo que llama «la escenificación del fin de ETA». Eso es lo peligroso porque «es el intento de la banda y Batasuna -y de buena parte del mundo nacionalista- por maquillar ese desenlace y convertirlo en una victoria». Y eso, se preguntarán, ¿cómo se hace? Arregi tiene la respuesta.

Lo expone de forma clara: «Para los violentos, Loyola no ha fracasado, y pueden volver a plantear las mismas cuestiones en el punto en el que quedaron. Es decir, confían en transformar la derrota en victoria (...) El porvenir podrá ser pacífico, pero gracias al pasado violento. En el futuro no habrá más asesinatos, pero gracias a los 857 habidos antes. Y esto es algo que para todo demócrata debe ser inadmisible: que los asesinados están bien asesinados, que su asesinato fue legítimo y estaba justificado».

Al hombre se le nota preocupado por el mero hecho de que los partidos puedan hablar y hasta negociar sobre la territorialidad vasca y el derecho de autodeterminación. Ahí esta la clave del asunto, y lo demás, palabrería. Joseba Arregi se esmera en ello: «Quienes fracasaron en Loyola, unos y otros, deberían callarse y dejar que otros, los que de ninguna manera están comprometidos con aquella historia, sean quienes se encarguen de escribir el futuro de Euskadi. Y que nadie venga con el cuento de que en la Constitución cabe todo, de que no hay que sacralizar ningún texto, pues de lo que se trata es de preservar lo que garantiza la libertad de los ciudadanos y el pluralismo, sin el cual la libertad no es más que una quimera». Está muy nervioso.

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