Las palabras de Dusko Ivanovic tras eliminar al Real Madrid en semifinales, «sólo hay un equipo que puede ganarle a este Barcelona, nosotros», sonaron a arenga ante la que se venía encima. Sonaron a intento de levantar la moral ante el generalizado estado de pesimismo que todos los antecedentes habían cargado de argumentos. El mejor Barcelona de la historia, el super- equipo que tan fácil había conseguido esa Euroliga que se sigue resistiendo, el plantel que en toda la competición sólo había perdido tres partidos y que se había paseado en play off sin perder un sólo encuentro estaba dispuesto a engullirse a este Caja Laboral que se había colado en una fiesta para la que, en principio, no estaba convidado.

Si ya de por sí parecía difícil vencer tres veces a este equipo, los árbitros le obligaron a hacerlo cuatro veces, al dar por válido un tapón de Morris sobre Eliyahu con el balón claramente en trayectoria descendente.

Pero la gesta a la que ayer se le puso rúbrica ayer ha sido el triunfo de la fe. La fe en seguir siendo irreverentes a la hegemonía económica establecida en un deporte profesional cada vez más elitista y la confianza en un modelo que, con sus virtudes y defectos, se ha mostrado como el mejor antídoto ante la bipolaridad y los bipartidismos reinantes.

Por ello, ni viéndose cuatro puntos por debajo a menos de dos minutos para el final y con lo que había pasado se hundió el Baskonia. En la última posesión, San Emeterio aglutinó toda la rabia contenida, penetró con el impulso de todo un pabellón, forzó la falta y Zurbano hizo que el balón entrara. El consiguiente tiro libre contrajo la respiración de todo el mundo, pero ya nada podía impedir que ese tiro entrara y la épica tuviera su merecida recompensa.

Todos aportaron

Eliminar a un Barcelona con un banquillo tan amplio y con tantos recursos exigía la implicación de todos, incluso de un público que fue el de las grandes ocasiones, achuchando al rival desde antes incluso de la presentación, llegando a desesperarse con las decisiones del gesticulante Hierrezuelo.

Como no podía ser de otra forma, el primer pilar del triunfo fue la defensa, de nuevo excelsa, con un Tiago Splitter que volvió a multiplicarse y fajarse ante la batería interior culé. El ritmo de Marcelinho, la pausa de un Palacios cada vez mejor, la garra de San Emeterio, los marcajes de un Oleson que cuando vea aro será imparable, la calidad ofensiva de Eliyahu, la rabia de Teletovic, la sobriedad de Ribas, la intensidad de Herrmann, todos sumaron para obtener un triunfo imposible.

La espina de Dusko

Pero tampoco se le puede restar ni un mínimo de mérito a un Dusko Ivanovic que se quitó de encima el estigma de técnico perdedor con una victoria que premia su fidelidad a unos ideales. Porque seguro que habrá entrenadores con más recursos tácticos, con un perfil mucho más mediático, con otra serie de virtudes válidas para otras latitudes, pero ¿quién pone en duda que Ivanovic es el técnico ideal para este club?

Algo parecido podrá decirse del mago de Lazkao, un Joxean Kerejeta que hace dos temporadas tomó una de las decisiones más complicadas al prescindir de Neven Spahija tras obtener la segunda liga, una decisión cuestionada incluso desde estas lí-neas, pero que el tiempo ha sabido premiar con un titulo aún mucho más meritorio.

Porque la que tenía que ser una temporada de transición, el año en el que se han juntado todas las lesiones y desgracias posibles, la temporada en la que las apuestas más arriesgadas parecían haber salido rana, cuando las desventajas respecto a los grandes futboleros parecían más grandes que nuca, ha terminado con el triunfo más grande.

Y así se celebró. Porque los minutos posteriores al triunfo fueron increíbles una vez más, por mucho que la seguridad pusiera excesivo celo en que los aficionados no pudieran abrazar a sus héroes.

La lástima será que mucho tuvieron que tocar la fibra a Tiago Splitter los cánticos para que se quede en Gasteiz para que el sueño de todos termine haciéndose realidad. Su pérdida se antoja insuperable, y su estadística de 36 lo certifica. Pero lo de ayer también parecía imposible y sólo lo podía hacer un equipo. Simplemente, Baskonia.