ANÁLISIS Temporada del Real Unión
Nacer, competir conservando una filosofía y morir con dignidad
Los jugadores unionistas han vivido una evolución favorable a lo largo de la temporada, llegando a la última jornada con opciones reales de lograr la permanencia, pero la falta de experiencia en la categoría ha podido más que la propia esperanza de mantenerse en Segunda. Gran parte de haber llegado con opciones de salvarse hasta la última jornada se debe a haber mantenido el mismo bloque del año pasado y por los aciertos en los fichajes invernales, que le han dado al Unión una mayor experiencia en la zaga.
Imanol CARRILLO
Muchos años de sufrimiento y trabajo habían realizado en el club irundarra para devolver al Real Unión a Segunda División. Muchos intentos fueron en vano, ya que los guipuzcoanos se quedaron con la miel en los labios en varias ocasiones. Una vez logrado ese gran premio, el conjunto txuribeltz ha dejado pasar la ocasión de consolidarse en la categoría de plata tras un año con muchos altibajos, aunque, siempre sin perder su filosofía de juego, ha sabido evolucionar a lo largo de las jornadas, hasta llegar al último partido con opciones reales de salvación.
Para explicar la temporada del Real Unión, viene al dedillo el significado del título de un disco del grupo musical navarro Berri Txarrak. Se trata exactamente del ya conocido «Jaio.Musika.Hil» (Nacer.Música.Morir), que hace referencia a las etapas de la vida según los propios componentes del grupo. Para este símil, basta con cambiar la palabra música por fútbol.
Un nacimiento muy esperado y muy bien recibido. Así fue la vuelta del Unión a Segunda División tras 45 vagando por el desierto, periodo en el que le ha dado tiempo incluso a eliminar al Real Madrid en Copa. Gipuzkoa entera se alegró de este ascenso, ya que el herrialde volvía a tener dos equipos en la categoría de plata. Pero todos sabían que no iba a ser nada fácil. Como todo recién nacido, el club tenía que comenzar a dar sus primeros pasitos. Y como toda criatura, los jugadores irundarras se dieron más de un batacazo en las primeras jornadas.
Iñaki Alonso mantuvo prácticamente el mismo bloque del ascenso, incorporando a gente muy experimentada como Iñaki Descarga en la zaga, Markel Robles en el centro del campo y Gorka Brit en la delantera. Además, el club renovó a gente muy importante como Jagoba Beobide, Iñaki Goikoetxea y Zuhaitz Gurrutxaga.
Cierto es que el objetivo principal del año era lograr la permanencia. Y todos sabían o intuían que iban a sufrir hasta el final. Pero el juego exquisito que mostraron desde el pitido inicial hacía pensar que el equipo iría aprendiendo rápido los entresijos de la categoría.
No fue así en cambio. Un sólo punto en las primeras cuatro jornadas metieron el miedo en el cuerpo. El buen juego y mejor comportamiento dentro del campo no tenían la recompensa del gol. El olfato estaba desviado, algo que tenían que recuperar cuanto antes.
Hubo que esperar hasta el quinto partido para saborear el triunfo, un 0-2 en Girona que abría la vía de la esperanza y la confianza, porque después vinieron el 3-1 al Castellón y el empate a uno ante el Betis en el Ruiz de Lopera.
Con la pubertad llegó el mal genio y una situación muy incómoda. Las jornadas iban pasando como los años en las personas, hasta llegar a lo que podríamos denominar juventud de la liga. El club irundarra se iba asentando, aunque llegó rozando los puestos peligrosos de la tabla al tan esperado derbi contra la Real Sociedad.
Los problemas se acrecentaron con la contundente derrota por 4-1 frente a los donostiarras y la consecuente entrada en los puestos de descenso.
Al mero hecho de situarse en la zona baja de la tabla hay que sumarle los problemas defensivos que mostró el conjunto irundarra tanto en Anoeta como en otros campos, ya que causaron más de un gol. Además, los txuribeltz vivieron en sus propias carnes lo fácil que es arbitrar en ciertas ocasiones a un equipo de los llamados «humildes» de la categoría.
Ante este segundo obstáculo poco se pudo hacer. Respecto a la cuestión defensiva, el club hizo bien los deberes en el mercado invernal con los fichajes del argentino Danilo Gerlo y el navarro Mari Lacruz.
Con la llegada de ambos defensas, el Unión vivió una segunda juventud. El conjunto se hizo fuerte atrás y comenzó a recibir menos goles. Esa tarea defensiva fue secundada por las anotaciones de los delanteros y por jugadores que salieron a la luz en los momentos clave como Quero o Durán. De ahí que al comienzo de la segunda vuelta las cuentas matemáticas comenzasen a funcionar.
Pero otros problemas llegaron a Irun. Las lesiones se cebaron con el conjunto de Iñaki Alonso y varias derrotas colocaron a sus hombres a ocho puntos de la permanencia. Las esperanzas de seguir un año más en Segunda comenzaron a desvanecerse. Hasta que, como si de un milagro se tratase, la cuenta anotadora irundarra fue creciendo partido a partido.
Y la muerte llegó en la última jornada. El tiempo que le quedaba al Unión en Segunda se iba agotando poco a poco. Quizá un poco tarde pero el equipo comenzó a pillarle el truco a Segunda. Encadenó 16 puntos de 21 posibles, llegando a tener la salvación a un punto.
Pero esta vez la temporada se hizo demasiado larga y tropezaron de nuevo con la misma piedra. Las derrotas en Salamanca y Córdoba devolvieron la euforia a su sitio. Todo se decidiría en la última jornada, pero tenían que ocurrir muchas cosas, y todas sucedieron en contra del Unión, con la consecuencia del descenso.
Esta muerte no quiere decir que el equipo vaya a desaparecer para siempre. Se irán jugadores y vendrán otros nuevos, pero su estancia en la categoría de bronce debería ayudarle a renacer de sus cenizas, aclarar las ideas y volver mucho más fuerte para no morir nunca más.