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«Tocar y grabar el repertorio popular es parte de mi misión como intérprete»

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Jan Vogler

Violonchelista

El violonchelista Jan Vogler fue el músico más joven en alcanzar el puesto de solista de cuerda en la famosa Staatskapelle de Dresde, orquesta que abandonó hace trece años para embarcarse en una carrera como solista que le ha llevado a grabar más de veinte discos y convertirse, además, en un programador importante en la vida musical alemana.

Mikel CHAMIZO | DRESDE

Jan Vogler es un músico carismático en Alemania y especialmente en Dresde, ciudad en cuya magnífica orquesta, la Staatskapelle, comenzó su carrera como violonchelista principal con tan sólo veinte años. Hoy en día, ya un solista de prestigio internacional, Vogler vive a medio camino entre Dresde y Nueva York, y todavía le sobra energía para dirigir dos festivales: el de Moritzburg, donde trabaja intensamente con jóvenes músicos, y el de Dresde, ciudad que acogió esta entrevista durante el último fin de semana del festival. Con un arrollador ímpetu, casi sin darnos tiempo a formular las preguntas, Vogler nos confió algunos secretos sobre el festival y sobre «My tunes 2», su último disco, que salió a la venta este viernes.

«My tunes 2» es la continuación de «My tunes», un disco repleto de melodías muy conocidas que cosechó un buen éxito hace tres años. ¿Por qué insistir en esta fórmula de grabar pequeños clásicos populares en vez de abordar músicas, a priori, más ambiciosas?

Somos muchos los artistas clásicos que amamos secretamente estas pequeñas piezas de brillante invención melódica, por una razón bien sencilla: nos permiten desatar todos nuestros sentimientos y fantasías. Y su éxito no es algo nuevo. Los niños vieneses silbaban estas melodías pegadizas por la calle, de forma que Mozart y Beethoven podían oírlas desde la ventana, y Wagner pudo escuchar sus éxitos tocados por una zanfoña delante de las óperas de Munich o Dresde. Cada persona conoce estas melodías por un nombre diferente y cada cual crea sus propias asociaciones con ellas. De alguna manera, se encuentran tan cerca de mi corazón como lo pueden estar el «Concierto para violonchelo» de Shostakovich o las sonatas para violonchelo de Beethoven. Es un gran arte el de crear melodías que atrapan a la gente y, a veces, tan sólo unos cuantos compases de música son suficientes para cambiarte todo el día.

Esta segunda entrega vuelve a presentar una selección de melodías archi-conocidas junto a otras que tienen una importancia personal o biográfica para usted.

Sí, en el CD presento mi selección personal de melodías y piezas favoritas, las que me sumergen en un estado de ánimo especial siempre que las toco o las oigo. Y todas ellas tienen que ver con mi vida en algún sentido. «El cisne» (de Saint-Saëns), por ejemplo, la toqué por primera vez cuando tenía diez años, en una iglesia y acompañado por el órgano. Nunca olvidaré la atmósfera que se creó en aquella ocasión, y el arreglo de Vidal que se incluye en el disco potencia especialmente ese aire religioso, que Saint-Säens adaptó de Wagner. Es el primer corte del disco.

El segundo es el «Cantabile» de Paganini, que ya me fascinaba desde niño por su encanto vienés y la elasticidad de la melodía, que es a la vez intensa y relajada. Cuando Paganini tocaba sus movimientos lentos al violín, al parecer las señoritas entre el público se desmayaban por docenas, tan emocionabas como estaban por sus melodías lamentosas y llenas de suspiros.

¿No ha llegado quizá demasiado lejos escogiendo piezas como el «El vuelo del moscardón» o el «Ave María» de Schubert?

La pieza de Rimsky-Korsakov la escogí porque el violonchelo es perfecto para describir la técnica de vuelo de este insecto tan gordo, en el que parece que sus delicadas alas están siempre al límite en la tarea de sostener un cuerpo tan masivo. En cuanto al «Ave María» de Schubert, el «Adiós a Cucullain» de Kreisler o la «Cavatina» de Raff, siempre es lo mismo: cuando escucho alguna de estas piezas, aunque sea en pleno bullicio del barrio comercial de Tokyo, la melodía no deja de acompañarme durante días.

La elección de «Sueños» de Wagner y «Oblivion» de Piazzolla también tienen, para usted, su anécdota biográfica.

Me gusta que el CD termine a modo de nocturno porque evoca una de mis memorias de la infancia. Cuando tenía nueve o diez años solía despertarme a menudo durante la noche. Mis padres habitualmente tenían invitados y, aparentemente, era difícil conseguir que volviera a dormirme. Una de esas veces me trajeron mi violonchelo y yo toqué para nuestros invitados medio dormido, medio despierto. Aquello se repitió después porque mis padres se dieron cuenta de que, después de tocar, me quedaba dormido como un angelito. Aún hoy, cuando no puedo dormir, me levanto a veces en mitad de la noche y toco durante un rato.

Su repertorio como violonchelista es inusualmente ecléctico. Ha experimentado con música de Jimi Hendrix y con el tango. ¿Qué aportan estas incursiones en su carrera como intérprete?

Crecí en el Berlín del este durante los años 70, 80 y parte de los 90. Me dediqué casi exclusivamente a estudiar y tocar a los grandes compositores clásicos. La reunificación alemana fue mi gran oportunidad para explorar el mundo y ampliar mi universo musical. Del tango y de Hendrix he aprendido mucho recientemente. He añadido nuevos colores a mi forma de tocar, que han enriquecido mi acercamiento a los conciertos de Dvorak y Shostakovich. Este último, especialmente, estaba interesado en la música popular, y en algunas de sus obras más serias aparecen elementos del jazz y de música de cine. Tocar y grabar este repertorio me conecta con las nuevas audiencias, y siento que eso es parte esencial de mi misión como intérprete.

Además de tocar todo tipo de músicas, usted dedica tiempo a dirigir festivales, trabajar con jóvenes y promover nuevos repertorios, con todo el tiempo que eso implica. ¿Por qué no centrarse, sencillamente, en su carrera como solista?

Los artistas del siglo XXI ya no podemos ser más como lo eran los del siglo XX. Somos mucho más parecidos a los del XIX, quienes trabajan de cerca con los compositores, organizaban sus propios conciertos, negociaban con los programadores y hasta vendían las entradas y colocaban las sillas en ocasiones. En el siglo XX el artista se convirtió en una especie de producto, se le contrataba porque hacía muy bien un determinado repertorio y la variedad y la experimentación en la vida del músico desaparecieron. Por eso mis héroes son artistas como Rostropovich, el gran violonchelista ruso, quien tuvo tiempo además para encargar más de 150 obras nuevas, subirse constantemente al podio del director, enrolarse en iniciativas públicas por la paz, fundar una orquesta y hasta componer un oratorio. Figuras como esa son mis dioses personales, y lo último que querría ser yo es un «músico especializado».

«Veinte años después es un buen momento para analizar qué ha cambiado en los países del Este»

El Festival de Dresde este año ha estado dedicado a la música y la cultura rusa. ¿No le pareció arriesgado elegir un tema como ése para el Festival de una ciudad ex soviética como es Dresde?

Un año atrás, cuando concluyó mi primera edición al frente del festival, estaba ya convencido de que quería hacer «Russlandia», pero no estaba nada seguro de cómo iba a reaccionar el público de Dresde. Como bien dices, Rusia dominó Dresde durante un tiempo, su influencia abarcó muchos aspectos de la vida en la ciudad y el mismo Putin estuvo trabajando y viviendo aquí por unos años. Siempre se escuchaba música rusa en Dresde. Pero bueno, yo creo que veinte años después es un buen momento para empezar a analizar qué ha cambiado en los países del Este y cómo ha evolucionado nuestra imagen de Rusia tras la caída del telón de acero. Y estoy muy contento porque, al parecer, a la audiencia de la ciudad también le ha picado la curiosidad y la venta de entradas ha sido un veinte por ciento superior a la del año pasado.

El de Dresde dice estar concebido para todos los públicos pero, como casi todos los festivales, el precio de las entradas es bastante caro. ¿Cómo trata de integrarse el Festival con el entorno social?

Para mí es importante facilitar a todo el mundo su presencia en el Festival, y por eso hay entradas por menos de 10 euros para casi todos los conciertos y un abono a precio especial para menores de 30 años. Pero, por otra parte, también queremos atraer un público internacional que venga a Dresde a visitar sus fantásticos museos durante el día y escuchar por la noche algunos de los mejores músicos del mundo en hermosas salas de conciertos. Sentimos una fuerte responsabilidad social, y por eso este año hemos puesto en marcha dos proyectos, «Anatevka» y «Let's Dance», en los que los ciudadanos de Dresde son los artistas principales.

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