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Maite Ubiria Periodista

Debacle azul, cólera roja y perfume evasión

Las calles rezuman hartazgo ante la política de abuso de poder con la que los gobiernos europeos pretenden enjugarse las deudas que les han endosado sus amados especuladores. Los Sarkozy, Berlusconi, Zapatero... marchan a pies juntillas, siguiendo el toque de corneta del Gran Padrino.

Cumbre del G20 a la que algunos acuden con los deberes hechos: congelación salarial, subida de tarifas, ajustes en los capítulos sociales de los presupuestos... El FMI presenta su tarjeta de visita: es imperativo proceder a la reforma de los sistemas de pensiones y de prestación sanitaria pública.

Sarkozy obedece de antemano. No dará marcha atrás, a lo sumo negociará con los sindicatos que se presten a ello algún retoque menor en la reforma de pensiones. Las empresas se desprenden de los trabajadores que median la cincuentena, pero el proyecto de ley cuenta con retrasar la edad de jubilación, de momento, hasta los 62 años.

No hay contradicción. Que cada cual gestione como pueda la precariedad, que los afortunados busquen abrigo en fondos privados que devorará la próxima crisis financiera.

Mas de 10.000 personas han marchado en Baiona, muchas más lo harán el martes en Hego Euskal Herria. Una camiseta asoma. Lleva el número 1. La revolución gana terreno. Los gobiernos nos quieren aislados y precarios, démosles una respuesta unida y de calidad.

Mientras las calles del Hexágono se llenan de ciudadanos, el presidente hace un cambio en la agenda. Escolta republicana para depositar a Thierry Henry en el Elíseo. La descalificación del equipo azul en Sudáfrica se torna en crisis de Estado, fuerza reuniones palaciegas y comparecencias parlamentarias.

La cólera se extiende hasta hacernos enrojecer por semejante burla. La cumbre al más alto nivel con un futbolista trata de cubrir la oscura sombra que rodea al titular de la reforma de pensiones. Florence Woerth, esposa del ministro más impopular, figuraba en el staff encargado de gestionar la inmensa fortuna de la heredera de L'Oréal, hasta que saltara el escándalo que retrata a Eliane Bettencourt como una millonaria defraudadora fiscal.

Con la esposa dimitida, el ministro aferrado al sillón y Henry comentando la jugada con Sarkozy, sólo faltaban unas gotas de «perfume evasión» para aliviar una crisis bochornosa.

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