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Huelga general

Un día más de cuatro vidas en la cola del paro

Es día de huelga general, pero el INEM no perdona, así que cuando la oficina de Gros levanta la persiana, a las 9.03, ya hay diecisiete personas haciendo cola. En la de Donibane de Iruñea, a las 13.00, son más de veinte las que esperan, y desesperan porque las consultas se eternizan. Cuatro de ellos se ofrecen a contar sus historias:

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Ramón SOLA

Es pronto, hace bochorno, hay caras tristes y pocas ganas de hablar en la oficina del INEM de la calle Marino Tamayo. «Mira, no, me duele mucho la cabeza», se excusa una de las primeras personas en llegar, cuando todavía faltan diez minutos para que se levante la persiana. ¿Por qué se han adelantado? «Es que luego todavía hay más gente, mucha más», explica una mujer. Ninguno se atreve a certificar si ahora hay más cola que antes, porque «la mayoría sólo venimos una vez cada tres meses, a sellar y punto. Pero seguro que sí». Mientras pasan los minutos, se ofrecen a explicar su historia a GARA, aunque prefieren hacerlo con nombres simulados porque a nadie le apetece demasiado airear sus miserias. Los dos primeros testimonios llevan a la misma conclusión: ¿Para qué hacía falta otra reforma laboral si despedir ya es tan fácil?

«Trabajé 33 años, por suerte ahorré»

Kontxi ha llegado la tercera. No hay duda de que es una veterana en la cola del INEM. «Llevo ya siete años viniendo -explica con una media sonrisa-. Antes trabajaba en una pastelería, pero aquello se acabó». ¿Cómo fue? «Quiebra. Me quedé con lo mínimo, el Fogasa y punto. Y eso que llevaba 33 años trabajando». Gracias a este largo periodo de empleo se ha acogido a la fórmula del «convenio especial» y va tirando con ello.

Cada tres meses toca sellar... y esperar. En todo ese tiempo no le ha salido nada. «Sigo adelante con los ahorrillos que tenía. Afortunadamente era una persona ahorradora», dice. Se limita a asentir cuando se le pregunta si no es absurdo que se siga facilitando el despido en el momento en que más parados hay. Y también al consultarle si nota cada vez más mujeres en la cola: «Eso parece».

«Tras 35 años, al carajo por las malas»

Julián también ronda la cincuentena, como Kontxi. Si en el primer caso eran 33 años, él trabajó 35 seguidos, hasta hace exactamente ocho meses: «Todo se fue al carajo de repente, y por las malas. Todavía estamos en juicios». Era en una carpintería de Herrera, en Donostia: «Estábamos tres compañeros y los tres fuimos a la calle, sólo se quedó el dueño. Dijo que era por falta de liquidez, pero yo no mo lo creo. Ni siquiera sabemos si sigue abierto aquello, igual sí».

«¿Si fue un palo? Terrible», responde, y su cara lo dice todo. Reconoce que el futuro «lo veo muy jodido, no se ve movimiento. Estoy pensando en hacerme autónomo, pero claro, pierdes todo el paro... No sé».

«Mi mujer y mi hijo se han vuelto»

De los diecisiete que esperan en la cola de Gros, sólo uno es inmigrante. Digamos que se llama Ubaldo, a punto de llegar a los 40 años. «Yo llevo un año y medio buscando trabajo. Antes trabajé cuatro y medio en una empresa de paquetería. Todos los días echo algún currículum, pero nada». Llegó a Donostia hace ocho años, ¿piensa en volver? «Mi mujer, que es boliviana, y mi hija ya retornaron a Ecuador. Yo me quedo de momento a ver si sale algo, vivo con mi madre. El problema es que allí tampoco hay mejor situación, todo está muy `dolarizado'».

¿Con qué vive? «Sólo tengo los 420 euros que da el Gobierno, pero ahora dicen que los van a quitar». Cuando se le comenta que el ministro Corbacho acaba de decir que esa ayuda seguirá por el momento, Ubaldo pone cara de no acabárselo de creer.

«Las ofertas son de lo más `freaky'»

En la nueva sede del INEM, junto a los Golem de Iruñea, Bea y una amiga que le ha acompañado se toman a broma las ofertas colgadas en el panel. Por ejemplo, la de camarero en un crucero: «2.000 euros incluidas propinas, 50 horas semanales, entrevistas a bordo en Barcelona y Marsella». «Es todo así, de lo más freaky -subraya a GARA-: monitor de spinning, proyector de poliuretano... Mira ésta, geriatría en Languedoc-Rousillon. Para casi todo piden saber inglés. Y apuntarse en una academia vale una pasta, aunque me lo tendré que plantear».

Tiene 24 años y vive en Noain. De vez en cuando se pasa por el IMAN, «sobre todo para ver si hay algo de peluquería, que es lo que me gusta, pero nada. Sólo tengo graduado escolar, y con eso ¿adónde vas?». «¿Subsidio? ¡Sí, el de mis padres!», sonríe de nuevo, y se marcha con unos papeles bajo el brazo.

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