Se han hecho muchas películas que juegan con los contrastes culturales, y ese tipo de intercambio suele servir para resolver comedias románticas, por aquello de que los polos opuestos se atraen. En «Tenías que ser tú», título olvidable e impersonal que se aleja del original «Leap Year» (Año bisiesto), se supone que tiene que haber una confluencia entre lo norteamericano y lo irlandés, que, bajo mi punto de vista, nunca llega a producirse. Como espectador, salgo del cine con ganas de ahorrar para poder viajar a Irlanda, ya que su paisaje rural es captado en la película por el director de fotografía Newton Thomas Sigel, colaborador habitual de Bryan Singer, con un extra de lirismo y sensibilidad en el tratamiento de los colores y, en especial, del intenso verde de las hojas de trébol. La parte yanqui del argumento sólo sirve para desencadenar los contados momentos humorísticos, como cuando la pija de Boston en su camino a Dublín deja a todo un pequeño pueblo sin luz, por culpa del empeño en recargar su Blackberry. Por los demás, todo cuanto indica dicha procedencia se muestra previsible y demasiado visto, así que obliga a desear la rápida transformación de la protagonista.

Amy Adams es una extraordinaria actriz que ha de soportar inicialmente el arquetipo de la chica conservadora cuyo principal objetivo es ver en su dedo el anillo de compromiso matrimonial, aunque su cabellera pelirroja resulta indicativa de los genes irlandeses representados por su padre, a quien da vida un John Lithgow de presencia, para nuestro disgusto, algo escasa. Él es quien le inculca la magia romántica de una leyenda tradicional de su país de origen, según la cual el 29 de febrero de los años bisiestos ellas tienen asegurado el «sí quiero» de ellos. A partir de ahí ya es cuestión de llegar a Dublín para la señalada fecha, sólo que el destino le deparará la sorpresa de un nuevo e inesperado amor con un nativo, y es que los viajes accidentados unen mucho, sobre todo a bordo de un `cuatro latas'.