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«Tener a los hijos de vacaciones puede ser malo o bueno según nos lo montemos»

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Roberto Fernández de pinedo
Pediatra de atencion primaria

Bilbaíno (1954) y pediatra vocacional, entre infinidad de aficiones, trabaja desde 1982 en atención primaria, actualmente en el ambulatorio de Algorta. Es autor del recomendable libro «El arte de ser padres sensatos en la enfermedad», un profesional recordado con cariño allá donde ha estado -como en Zorrotza- y con el que hablamos sobre cómo compaginar verano, trabajo e hijos de vacaciones.

Joseba VIVANCO |

«Verano en calma con tus hijos» es el título de la conferencia que ha ofrecido estos días este pediatra, en el marco del ciclo de eventos dedicados a la infancia que Bilbao Dendak ha programado para este trimestre.

No sé si lo de tener en casa en verano a los hijos se puede asemejar a cuando una persona se jubila y pasa a estar con la pareja casi todas las horas del día...

Probablemente sea algo parecido en el sentido de que cambia una rutina por otra, en este caso, que los pequeños están todo el día en casa, con el ajuste que ello precisa. El ajuste variará si alguno de los padres está en casa y dependiendo de los apoyos que se tengan, y al ser las situaciones tan variables es imposible dar recomendaciones universales.

Entonces, no debe ser una situación para volvernos locos...

Lo que está claro es que tener a los hijos todo el verano en casa no es, ``per sé'', ni bueno ni malo, simplemente es distinto y depende cómo nos lo montemos puede ser mejor o peor, y si nos lo montamos muy mal, puede ser incluso horrible. Pero esto no tiene nada que ver con que casi todo el mundo en setiembre quiera que lo críos empiecen de nuevo el cole, porque todo el mundo está cansado y los niños necesitan de nuevo unas ciertas rutinas y horarios regulares tras el asilvestramiento del verano. Es todo muy natural, como nos pasa a los adultos.

Pero padres que siguen trabajando, hijos que están de vacaciones... ¿cómo compaginarlo?

Pues como siempre, con sentido común. Como las situaciones son variables, las respuestas serán variables y cada uno tendrá que dar la suya. En unos casos será la chica, o los abuelos o mi cuñada, o en el pueblo con mi tía, o quince días de colonias practicando el tiro con arco o hablando en arameo, o un mes a Inglaterra o a Nueva Zelanda o por las mañanas en los polideportivos del ayuntamiento o a jugar al patio de la escuela que abre en verano. En fin, que las alternativas serán tantas y tan diferentes como personas. Y que todas valen si resuelven un problema y si encima los niños se divierten. Probablemente, no haya que darles más vueltas.

Alternativas como los campamentos de verano o los jolas txokoak, ¿son una solución, un parche o una buena excusa para no tenerlos en casa?

Como decía, todas son alternativas válidas que ayudan a solucionar problemas de logística, generados por las dinámicas e inercias sociales, vamos, el trabajo de ambos miembros de la pareja. Pero aunque a veces se entienda que son aparcamientos de niños, hay que decir que claramente cumplen una función social y también se puede ir más allá y ver que, en general, hay mucho de entretenimiento o de aprendizaje en esas actividades, lo cual particularmente me parece muy bien.

Pero también el verano podría ser una oportunidad para disfrutar más de los hijos. Lo que no sé es si los padres están en esa sintonía o en estas fechas ya les entra el pánico...

Como en botica, hay gente para todo. Hay gente a la que le entra el pánico: «¿Y qué hago yo todo el día con los chiquillos?»; y hay gente que dice: «Qué bien, así podré jugar más con los chiquillos». Obviamente, la primera suena regular y la segunda suena mejor y, probablemente, sea hacia lo que tenemos que intentar tender. Pero el que se esté en un caso o en otro no es algo lineal y, probablemente, dependa de muchas cosas, entre otras de la edad de los críos, del carácter de los niños, también del de los padres, de si hay uno o más, de si hay apoyos... Pero dicho esto, el pánico, los miedos o las obsesiones son malos consejeros para casi todo. También y, sobre todo, para cuando hay niños de por medio. Por tanto, si alguien está en esa fase de pánico pesimista es bueno recular y adoptar una visión no dramática del asunto y darle un toque optimista, que seguro que lo tiene.

Entonces, a modo de conclusión, ¿qué propone para pasar un verano «en calma» con nuestros hijos, como titulaba su conferencia?

Pues ya puestos, me permito sugerir básicamente dos cosas: un tanto de sentido común y otro tanto de conocimiento. Hay que reivindicar el sentido común como elemento directriz de nuestra existencia y que nos ayuda a tomar en cada momento las decisiones más acertadas. También en lo que tiene que ver con nuestros niños. El caso es que el sentido común no se puede inyectar. O se tiene, o se tiene menos. Pero es que hay gente que tiene sentido común, pero éste se le ofusca, o las más de las veces, se lo ofuscamos entre todos, y tiene muchos boletos para quedarse indefenso y a merced del drama, la angustia o la charlatanería. Por otra parte, parece que es bueno tener conocimiento de las cosas, también de las cosas de la infancia. Eso sí, una recomendación: huir como de la peste de la ``información'' teñida de miedos, obsesiones y angustias.

Bien, pero ¿algo más concreto..?

Pues sentido común para hacer cosas sensatas con los niños, adecuar las actividades a la edad... Ojalá fuéramos ocurrentes y ojalá planteáramos actividades con más niños. E intentar no hacer cosas un tanto insensatas como estar tres horas con un niño de veinte meses en unos grandes almacenes y pretender no acabar de los nervios o con un niño de tres años durante una hora y media en un bar con tus amigos. En fin, cosas de ese pelo. Y, también, información. Por ejemplo, saber lo que es esperable a determinadas edades. Por ejemplo, que los niños de 15 meses no son burros -«que lo son», reconoce por lo bajo-, o que los de dos años cuando hacen rabietas no son sicópatas. Bueno y en general saber lo que es esperable, más o menos, a cada edad y adaptar lo que hagamos a la edad de los niños en cuestión.

Porque hablamos de niños pequeños, pero ¿cambia mucho la cosa si de lo que hablamos es de adolescentes?

Los adolescentes son producto de lo que se ha sembrado en la primera infancia. A esta edad los chavales se buscan la vida. Es más, es casi seguro que cuesta mucho que quieran ir con los padres y lo que reivindican, precisamente, es lo contrario, más autonomía. De ahí los conflictos de horarios, de dónde van, con quién están o qué hacen, que si beben o fuman...

¿Y qué sugiere?

Aquí sólo se puede sugerir no ser excesivamente invasivo y es que hay que saber que estas personitas necesitan parcelas de intimidad y que un exceso de celo, una vez más, trae consigo recelo, repliegue y mutismo total. La gracia, probablemente, sea esa mezcla que no suele fallar si lo practicamos desde que son pequeños y que tiene que ver con que los niños necesitan sentirse queridos y sentirse capaces. Todo lo que hagamos que consiga que un niño se sienta querido y capaz redundará en una mejor relación en todos los momentos de la vida; también en la adolescencia. Y en estas edades hay que entender que el pacto y la negociación llevadas con gracia, aunque la voz última la tengan que tener los padres, puede ayudar a manejar las, a veces, complicadas situaciones que se generan.

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