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Valiente denuncia del machismo en la sociedad egipcia

«Mujeres de El Cairo»

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

Quienes siguen los estrenos habrán notado que en las últimas semanas estamos abriendo con películas realizadas por mujeres o dedicadas a ellas, lo que durante el resto del año, por desgracia, no suele ser algo habitual. Para comentar estas películas hace falta que los distribuidores las pongan en circulación y eso suele ocurrir de manera muy puntual cada cuatro años, coincidiendo con el Mundial de fútbol. La fórmula debe de dar resultados, porque supone una alternativa para el público femenino, ya que, por mucho que los canales televisivos vayan introduciendo presentadoras en las retransmisiones deportivas, lo cierto es que la audiencia está mayoritariamente formada por hombres.

Pero ver una película como «Mujeres de El Cairo» tiene una urgencia que va más allá del capricho veraniego o la circunstancia casual de que en la televisión estén dando fútbol a todas horas. Debería existir un compromiso por parte de todos con un tema que ya no sólo atañe al mundo islámico, sino que, por causa de la inmigración, cada vez nos toca más de cerca.

En algunos debates sobre el velo, he podido observar la contradictoria situación de ver a feministas alineadas con la derecha conservadora. Y es que, cuando se aplica la mentalidad occidental a este tipo de problemas culturales de otras sociedades, surgen intereses cruzados que son fuente de conflicto. La derecha quiere que las mujeres inmigrantes se adapten a nuestras costumbres y no se pongan el velo. Un pensamiento restrictivo que no es el de las feministas que se oponen al velo por otros motivos aunque, en definitiva, la consecuencia viene a ser la misma. Y he ahí lo paradójico, y cómo actitudes xenófobas se pueden confundir con las progresistas dentro del llamado choque de civilizaciones. De ahí que la visión de «Mujeres de El Cairo» se haga tan necesaria para comprender el problema en origen.

La teoría desvelada

Hay una poderosa imagen en «Mujeres de El Cairo» que define muy bien la postura anti-velo del realizador Yousry Nasrallah. Tiene lugar en la secuencia en la que la protagonista, una mujer moderna, se encuentra en un vagón de metro rodeada de otras mujeres y todas ellas llevan el velo puesto. Como es la única que no lo lleva, no le queda otro remedio que tragarse su orgullo y ponérselo.

Tan explícita escena, que sólo se puede dar en lugares como El Cairo, deja bien sentado que no hay libertad para ese tipo de elecciones, por más que los islamistas defensores del velo nos quieran vender que las jóvenes que se cubren la cabeza lo hacen por voluntad propia. Es un tema de imposición cultural que no admite posturas individuales. Siempre se podrá alegar que a los occidentales nadie nos ha dado vela en este entierro y que no somos quiénes para juzgar otros usos y costumbres, pero Yousry Nasrallah y su guionista Waheed Hamed sí están autorizados para hablar de ello con conocimiento de causa.

En su película «Mujeres de El Cairo», lejos de presentar esa crucial secuencia de forma aislada, la integran dentro de una más completa denuncia de la situación de constante humillación que sufren las mujeres en su país, y a todos los niveles o estratos sociales. De ahí que el mayor valor de la película sea el amplio espectro demográfico que repasa, yendo desde la mujer profesional de estilo occidentalizado hasta las más humildes y dependientes del estilo de vida tradicional.

Lo sangrante es que ellas son las que trabajan, las que constituyen el sector productivo del país. Dicho esfuerzo no sólo no les es reconocido, sino que a cambio deben aceptar la sumisión al hombre que no cambia con el paso de los siglos y la entrada en el nuevo milenio.

Una mujer de hoy

La narración arranca en «Mujeres de El Cairo» por el status más alto, con un matrimonio de profesionales de la comunicación perfectamente establecido. El equilibrio entre ellos se rompe por culpa de la ambición de él, ya que su ascenso en el periódico donde trabaja pasa porque ella no cause problemas en su programa televisivo. Es muy directa e incisiva a la hora de hacer oposición política, lo que le crea enemigos en el gobierno. Deberá sacrificarse para ayudar a su marido, cambiando los temas de contenido político por otros más de tipo sociológico. Esa es la razón por la que la conocida presentadora comienza a tratar casos de mujeres en un estilo cercano al reportaje callejero o el reality show.

Pero lo que la comunicadora no tarda en comprobar es que en Egipto hablar de mujeres es entrar en un campo minado que, al final, acaba conectando de nuevo con la política. Cada uno de los casos que traslada a la pequeña pantalla dispara la polémica, porque los hombres no quieren que la realidad de la mujer salga a la luz como reflejada en un espejo.

Si el asunto ya resulta de por sí controvertido en Egipto, lo que allí ha causado todavía más desconcierto es el protagonismo de la actriz Mona Zakki, que en las películas de consumo interno suele hacer papeles virginales y gratos a la censura local. Verla convertida en una mujer moderna y dispuesta a denunciar el machismo más involucionista ha provocado allí una especie de shock colectivo. Sin embargo, la popularidad de la que goza ha permitido que los censores no se hayan ensañado con «Mujeres de El Cairo» y el único corte que han hecho es la eliminación de las imágenes de un aborto en el que se mostraba a cámara el feto.

La transformación de Mona Zakki forma parte de un movimiento opositor comparable al que se está dando en Irán, si bien el propio Yousry Nasrallah reconoce que en Teherán las cosas son peores porque encarcelan a cineastas como Jafar Panahi. Eso no quita para que la presión sea mucha, hasta el punto de que la libertad dentro de su propia cultura se encuentra en peligro. El islamismo más integrista está dispuesto a prohibir «Los cuentos de las mil y una noches», lo que motivó una defensa de ese legado en el título original, que se puede traducir como «Cuéntame una historia, Scherezade».

La reivindicación de la tradición oral referida a la mujer entronca en «Mujeres de El Cairo» con todos y cada uno de los aspectos que le afectan, debido a que incluso llega a ser víctima de la guerra religiosa. Educado dentro de la comunidad cocta, Yousry Nasrallah, no puede escapar a los enfrentamientos que ha generado el anuncio del rodaje de otra película, titulada «La Salida de El Cairo», en la que hay un romance prohibido entre un Romeo musulmán y una Julieta cristiana.

Son problemas internos que trascender al exterior, y así fue muy comentada la protesta de los coctos en contra del estreno en Egipto de «Ágora». Menos mal que hay embajadores más abiertos en la línea de Nasrallah, cuya película «Mujeres de El Cairo» se llevó el Premio del Público en el Festival de los Tres Continentes, aunque el mayor premio es su distribución y estreno en salas comerciales.

El cine contestatario del egipcio Yousry Nasrallah

Yousry Nasrallah es conocido en el circuito de festivales internacionales desde que en 1988 presentara en la Quincena de Realizadores de Cannes su ópera prima «Sarikat Sayfera». Lo último que se ha visto de él en el exterior es «Gnenet El Asmak», aunque otras de sus películas, como «Los chicos, las chicas y el velo», han suscitado enconadas polémicas en su país. Empezó su carrera como crítico cinematográfico en el diario libanés «As-Safir», para luego formarse como ayudante de dirección del maestro del cine egipcio Youssef Chahine, junto al que rodó «Adieu, Bonaparte» y sus títulos más importantes.

M.I.

DENUNCIA

En «Mujeres de El Cairo», Nasrallah lleva a cabo una más completa denuncia de la situación de constante humillación que sufren las mujeres en su país, a todos los niveles o estratos sociales.

SUMISIÓN AL HOMBRE

Lo sangrante es que ellas son las que trabajan, las que constituyen el sector productivo del país. Dicho esfuerzo no sólo no les es reconocido, sino que a cambio deben aceptar la sumisión al hombre que no cambia con el paso de los siglos y la entrada en el nuevo milenio.

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