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Maite SOROA

Lo de las autonomías y el cachondeo

Ya sabía yo que, al final, a alguno le entraría una brizna de sentido común. A Ignacio Camacho, del «Abc» megaespañolista, por ejemplo. Ayer, a cuenta de la insumisión a la Ley del Aborto por parte del PP, se caía del caballo, aunque tal vez sin darse cuenta.

Decía Camacho que «lo único que faltaba en nuestro desbarajuste territorial era que después de haberse autoasignado competencias como el que se sirve el desayuno en el buffet de un hotel, las autonomías decidiesen cumplir las leyes a la carta según el criterio de sus virreyes de turno. Ésta del aborto no me gusta porque soy católico, ésta otra del idioma porque soy catalán y aquélla de los planes de estudio porque en mis islas no hay ríos». La verdad, suena a cachondeo.

Camacho advertía, además, que «poco puede asombrar sin embargo este caos cuando el primero que lo promueve es el presidente del Gobierno, que lleva seis años dedicado a la sorprendente tarea de achicar su propio ámbito de acción. Si el encargado de gobernar para todos los españoles le promete a Cataluña encontrar el modo de hacer lo que el Tribunal Constitucional ha prohibido que se haga mal se va a sorprender de que el presidente murciano considere que en sus dominios no rige la flamante ley zapaterista del aborto. Donde las dan las toman; el problema es que las den, y el Gobierno se ha puesto a repartir prebendas como quien reparte chocolatinas (...)». Si es que les salen sarpullidos sólo de oir la palabra «autonomía».

En lo que sí estoy de acuerdo con el fachongo Camacho es en describir la «España de las Autonomías» como un mantel hecho de retales: «El Estado de las autonomías, construido a trancas y barrancas con un cierto sentido de equilibrio igualitario, ha quedado convertido en un descalzaperros particularista en el que los funcionarios cobran sueldos diferentes, los estudiantes aprenden conocimientos distintos y los ciudadanos en general pagan impuestos disímiles y no poseen los mismos derechos. Ahora tampoco tienen por qué obedecer según qué leyes. No hay que ser un jacobino recalcitrante para darse cuenta de que esto va a acabar mal porque no hay país viable que pueda tomarse su propia gobernanza a cachondeo». Pues que nos dejen caminar por nuestra propia cuenta y todos tan contentos.

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