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Crónica | Bilbao BBK Live

Unos reiterativos y vulgares Slayer dan paso a la plástica y poder de Rammstein

El hipotético duelo entre dos grandes, Slayer y Rammstein, se decantó con claridad gótica del lado de los alemanes.

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PABLO CABEZA Periodista

La primera banda fuerte del jueves en Kobetamendi fue Slayer, formación de Huntington Park, California, creada en 1981 y una de las bandas pioneras del thrash junto a nombres como Metallica, Megadeth y Anthrax. De inicio, sorprende que para escuchar a Slayer sólo se desplazara como un tercio de la gente apostada en el recinto. Del tercio, entusiasmo en el núcleo central y frialdad en la corteza. Anthrax fue parte de nuestra iniciación en el thrash, de esto hace ya tiempo, y nos convencieron. Anteayer, sin embargo, dieron pena. No tienen nada que contar, nada que aportar y sus composiciones parecen una parodia. Qué solos de guitarra más lamentables, qué falta de sangre y color. Ni les reconozco ni me reconozco en ellos.

Con la decepción clavada en todo lo alto del espinazo, nos vamos a la carpa Vodafone. Allí están los chicos de Bera, los Sexty Sexers. Aún me pregunto por qué tarde tanto en acudir a la luz. Aquello cambió la noche y el ánimo. Espléndidos, agitados, locos por el rock, por la emoción y por el valor de la canción universal. Se lo curraron hasta vaciarse las venas, hasta dejarlas en pellejo. Y, además, ante cerca de un millar de aficionados unidos física y mentalmente a Mikel, Julen, Joseba, Xiker e Iñaki.

Un primer movimiento de luces indica que Rammstein -grupo por diferentes motivos repleto de polémicas políticas, sociales, morales...- se encuentra ya detrás de la gran cortina negra que tapa el espectacular escenario de este año. Una explosión y cae de golpe el telón. ¿Qué hay detrás? Otro telón, pero esta vez con tres franjas horizontales de igual tamaño cada una y con los colores negro, rojo y dorado. Otra explosión y cae la bandera alemana. Vaya, qué mal rollo, recuerda lo que pasó cuando jugó la selección alemana contra la española. Suena «Rammlied».

El espacio del escenario uno está petado. Van tres canciones, el escenario es fuego, como acostumbran. El viento se mezcla entre un poco del norte y otro como del sur. Ummm. Un minuto y cae una chaparrada de las gordas. ¿Por qué y para qué? Pues pa'eso, pa'joder. La lluvia para y Rammnstein en lugar de achicarse se engrandecen. Cuentan con un sonido guitarrero no muy lejano al thrash. La sección de ritmo es un mazo insaciable. La voz del ilustrado Till Lindemann es limitada, pero severa y aliviada por estribillos y coros muy pegadizos. Son metálicos y muy burros, pero como cruzan el metal de los noventa con el tecno de los ochenta y los teclados terminan por ejercer de mágico equilibrio, el resultado es asequible y dócil dentro del salvajismo industrial. El trabajo del escuálido Christian Lorenz, teclista, parece de segundo nivel, pero es básico en el sonido de los alemanes.

Entre papeles

Till se pasea entre el público con un cañón que expulsa miles y miles de diminutos papeles. Tres fuentes más se unen a esta lluvia seca y divertida. El cielo es papel. Posteriormente, es Christian quien se monta en una Zodiac, mientras que el público con sus manos le va paseando por el espacio del escenario uno. Chris, además, ondea una ikurriña. El ritmo se mantiene durante el juego y las guitarras suenan limpias, al más puro estilo surf instrumental. Todo talento y detalle.

La banda se despide. «Eskerrik-asko Bilbao», expele sobrecogedoramente Till. Suena «Pussy». Rammstein regresa. Vibra «Sonne». Hay más fuego, proyectiles en todas las direcciones, pero también canciones demoledoras. Son grandes. «Ich will» golpea las nubes. «Eskerrik asko Bilbao», de nuevo. Se arrodillan ante el público y rompen filas.

Otra chaparrada. Salen Anti-Flag, en onda jarkoreta muy pisada. No son malos, pero sí ramplones. Otra decepción.

 

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