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CRíTICA cine

«Shrek 4, felices para siempre»

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Koldo LANDALUZE

En este nuestro cuarto reencuentro con aquel ogro verde que tanto nos sedujo la primera vez que visitamos su ciénaga habitada, impera la necesidad mercantil de exprimir la última gota de una trama que, secuela a secuela, ha ido perdiendo aquel poso irreverente que le hizo ser tan popular. Con la irrupción del ogro Shrek los cuentos y las criaturas que los habitan, nunca más fueron iguales ni volvieron a comer perdices.

La DreamWork ha apostado por envolver en 3-D un guión que pretende ser un maquillado retorno a las raíces de la saga, un intento desesperado por recuperar la frescura perdida y, para tal fin, se han sacado de la chistera una historia en la cual la aburguesada rutina familiar del protagonista cambia por completo cuando estampa su firma en un documento expedido por el mefistofélico Rumplestiltskin. Este documento le permitirá revivir su gloria pasada como asustador de niños. Pero, como en todo contrato que se precie de serlo, se incluyen unas condiciones semiocultas que provocaran que su mundo se haya reinventado y que quienes le conocieron, ya no le recuerden.

En beneficio de esta cuarta entrega se puede afirmar que supera con creces el listón de la tercera y que, a lo largo de esta  quijotesca aventura, se incluyen situaciones que rememoran las intenciones subversivas de la primera aventura de Shrek. En este sentido, destaca la muy reconocible presencia de un Rumplestiltskin que personifica todos lo males provocados por  esos tiburones financieros que dominan como nadie el lenguaje de la letra pequeña de los contratos.

Si en la primera entrega fuimos los adultos quienes más disfrutamos, en esta ocasión les toca el turno al público infantil que, seguro, disfrutará con la vertiginosa montaña rusa tridimensional en la que se transforma la película en su recta final. Agotado hace tiempo su caudal creativo, la saga Shrek nos da su adiós definitivo con una entrega que lleva con bastante dignidad su ocaso. Ya es hora de que los ogros regresen a los cuentos.

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