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Anjel Ordóñez Periodista

Bálsamo de Fierabrás

En sus delirios de caballero andante, Don Quijote tenía por seguro guardar en algún rincón de su cabeza la fórmula del mágico «Bálsamo de Fierabrás». Una pócima, juraba el idealista manchego, con la que «no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna». El colmo de la alquimia, de fácil aplicación, según explicaba el espigado hidalgo a su muy orondo escudero Sancho Panza: «Cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo, bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caído en el suelo, y con mucha sotileza, antes que la sangre se yele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla [...] Luego me darás a beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar más sano que una manzana».

Han pasado cuatrocientos años desde que Cervantes novelara las ocurrencias del caballero de la triste figura, pero por las tierras que trotara rocinante todavía andan buscando la fórmula del Fierabrás. Con el país hecho unos zorros, apaleado por el fantasma del paro, aporreado por el gigante de la precariedad y maltrecho por décadas de alegre campar de patronales mezquinas, banqueros codiciosos y gobiernos aviesos, improvisados quijotes con perversas intenciones llevan tiempo tras un señuelo, una añagaza, un ardid, que despiste a las masas azotadas por la miseria. Y parecen haberlo encontrado en la histórica gesta de la selección española, furia roja pisoteando tulipanes al son del «yo soy español, español, español, español». El orgullo de ser español, pobre de solemnidad, desprovisto de derechos, pero español y campeón del mundo.

Tras beberse la que él llamaba «bebida del feo Blas», no tardó Sancho en darse cuenta de que la de su amo no era sino otra ocurrencia de chiflado. Ya con el primer sorbo, comenzó a vomitar y a punto estuvo de abandonar el mundo de los vivos entre «trasudores y desmayos». El combinado hispano ha logrado un triunfo digno del máximo reconocimiento y se ha demostrado como uno de los mejores equipos del mundo. Mas pretender convertir eso en bálsamo para el renacimiento de un imperio trasnochado sólo traerá insanas consecuencias eméticas.

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