Los musulmanes también son víctimas de los atentados indiscriminados
«London River»
El cineasta de origen argelino Rachid Bouchareb recuerda que los atentados de Londres, ocurridos hace cinco años, no distinguieron entre víctimas occidentales y musulmanas. Para expresar la comunión en el dolor, reúne a una madre británica y a un padre africano que buscan a sus respectivos hijos desaparecidos, descubriendo que formaban una pareja interracial antes de morir en los atentados más graves en Gran Bretaña desde la Segunda Guerra Mundial.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
El estreno de «London River» nos llega justo cuando en el exterior se vive la encendida polémica por la siguiente y última realización de Rachid Bouchareb, que es «Hors-la-loi». Con motivo de su presentación en el pasado Festival de Cannes, hubo ya manifestaciones de protesta por parte de los ultraderechistas franceses. Al otro lado de la muga está levantando más ampollas que en su día «La batalla de Argel», principalmente debido a que Bouchareb ha destapado el episodio más doloroso del proceso de independencia en Argelia. Sí que ha molestado también su descripción de la lucha del FLN, pero las tensiones surgen de su invocación al genocidio de Sétif. Fue una masacre que las autoridades colonialistas francesas siempre ocultaron, sin que se haya podido nunca establecer el número de víctimas civiles, que algunos testigos cifran en 45.000.
Los diarios conservadores, sin ser tan directos, han cargado contra la película queriendo desprestigiarla cinematográficamente, pero la carrera de Rachid Bouchareb es ya muy sólida y todo el mundo sabe que «Hors-la-loi» es la continuación moral de «Indigènes», premiada en Cannes, y en la que, entre otros triunfos, hubo Palma para el reparto conjunto formado por hijos de argelinos nacidos en el Estado francés. Así se recompensaba a los Jamel Debouze, Sami Bouajila y Roschdy Zem, ya habituales en el cine de Bouchareb.
Si en «Indigènes» se reivindicaba la figura de los argelinos que combatieron con los aliados en la II Guerra Mundial, recibiendo a cambio el desprecio y un trato discriminatorio por parte del Ejército francés, en «Hors-la-loi» se narra la odisea de tres hermanos que, a pesar de haber inmigrado al Estado francés, se unirán a la causa de la independencia de su país de origen nada más conocer las primeras y graves consecuencias de la represión colonialista. Y la conexión histórica entre las dos películas está clara, porque la matanza de Sétif se inició el 8 de mayo de 1945, coincidiendo con la liberación de Europa y la rendición de las tropas nazis.
Un musulmán africano
Rachid Bouchareb no sólo habla de los problemas de los argelinos dentro y fuera de su país, ya que es un cineasta solidario que se siente unido al cine africano y a todas las reivindicaciones subsaharianas. A lo que se refiere en la mayoría de sus películas, es al proceso colonizador y a la inmigración como extensión actual del mismo. En esa dirección, es muy importante y definitoria su colaboración con el actor Sotigui Kouyaté, al que en «Little Senegal» presentaba como un senegalés, identidad que más o menos ha querido respetar en «London River».
«Little Senegal», que en el 2001 ganó el premio FIPRESCI de la crítica internacional en la Seminci de Valladolid, sigue siendo la mejor introspección que se ha hecho en las secuelas históricas que ha dejado en toda la población africana el drama humano de la esclavitud. No son halagos gratuitos, porque basta comparar esta sincera y honesta película con «Amistad», la gran producción de Spielberg que pretendía convertirse en la obra definitiva sobre la esclavitud y acabó siendo un mayúsculo fiasco.
Pues bien, el mismo descendiente de esclavos que protagonizaba «Little Senegal», es el que ahora busca a su hijo entre las víctimas de los atentados de Londres ocurridos el 7 de julio de 2005. Lo que establece una línea hereditaria entre el horror de la esclavitud y el problema de la inmigración. De ser víctimas del colonialismo han pasado a sufrir las consecuencias de la guerra sin cuartel entre Occidente y el frente islamista más radical, por el mero hecho de haberse tenido que desperdigar por Europa huyendo del hambre y la miseria en el continente negro.
Recuento de víctimas
El cine actual encuentra muchas dificultades para llevar a la pantalla en toda su magnitud atentados masivos como el 11-S o el 11-M. De hecho, Hollywood se ha revelado incapaz de hacer una película sobre el ataque a las Torres Gemelas, aunque ya han transcurrido casi diez años desde entonces. La prueba está en que Oliver Stone no pudo pasar de hacer un homenaje patriótico en su «World Trade Center» a los bomberos y policías que participaron en las operaciones de rescate.
Ante la imposibilidad manifiesta de reflejar la tragedia colectiva, la mayoría de cineastas han preferido resguardarse en historias individuales, mediante las cuales acercarse a la naturaleza del dolor por parte de quienes se sienten sobrepasados por una violencia de tales dimensiones.
Para Rachid Bouchareb, con los medios de que se dispone, la lectura intimista de ese brutal impacto sociológico aparece como el camino natural a seguir. Hay que tener en cuenta que lo que sigue a los atentados es el recuento de víctimas mortales y de heridos, y eso tiene muy poco de cinematográfico. Las cifras no dicen nada por sí solas y, en el caso de Londres, el recuento se saldó con 56 muertos y 700 heridos. No sirvió de consuelo en su momento el saber que todavía podían haber sido más, dado que se trató de un sabotaje a los medios de transporte públicos de la metrópoli británica, tanto al metro como al autobús, en una hora temprana en la que la ciudadanía se dispone a acudir al trabajo.
De todas las historias personales que Bouchareb podía haber elegido, entre tantos trabajadores nativos e inmigrantes golpeados sangrientamente por un conflicto global que no entiende de rostros y de identidades particulares, prefirió escoger una pareja interracial para simbolizar que el mestizaje cultural implica también sufrimiento compartido.
La categoría interpretativa de la británica Brenda Blethyn se corresponde con el mito africano de Sotigui Kouyaté, para componer con el de Mali un emparejamiento de gran profundidad en sus desolados personajes, los cuales no acaban en sí mismos, sino que se proyectan en los de sus respectivos hijos desaparecidos.
Si Kouyaté indagaba en «Little Senegal» en la genealogía de su familia de esclavos en sentido retrospectivo, en «London River» le toca mirar hacia un futuro roto en mil pedazos, porque la hija de la británica cristiana y el hijo del africano musulmán habían sido capaces de superar sus diferencias para vivir y morir juntos. Quienes les sobrevivieron habrán de insistir en la posibilidad de una convivencia capaz de superar el abismo entre el Primer y el Tercer Mundo.