Oihana Llorente Periodista
Curro murió en accidente laboral
El verano es la época vacacional por antonomasia. Para la mayoría de los y las trabajadoras el calendario laboral no es más que una cuenta atrás hacia el periodo vacacional tan ansiado, hacia esa válvula de escape que parece indispensable en la vida de cualquier trabajador.
Durante esas míseras semanas al año, mandamos de vacaciones al estrés y a la rutina diaria dedicándonos tiempo a nosotros mismos y a los que nos rodean. Pero lo que aparenta ser una sabia decisión no lo es tanto cuando viene envuelta en un paquete vacacional difícil de sufragar.
Aguas cristalinas, doradas playas, cocoteros por doquier y una pulserita colgando de la muñeca. Esa es la idílica postal vacacional para muchos. Al parecer, sólo encontramos el disfrute personal poniendo tierra, o mar, de por medio.
Las vacaciones son sagradas. Ni con el bolsillo prieto las dejamos de lado y contribuimos, sin darnos cuenta, en el engranaje de este sistema basado en el consumo. La mayoría de la gente se endeuda en exceso, hasta en vacaciones, para aparentar más de lo que es.
Pero mientras que somos capaces de viajar por todo el continente vía interrail o patearnos todo Venezuela en un par de semanas, no dedicamos ni una mañana para deleitarnos con el herrialde vecino. Pensar en nosotros mismos, en nuestra salud y nuestro bienestar es vital, y no sólo en el periodo vacacional.
Los grandes viajes esconden una compulsiva necesidad de desconectar. Nos pasamos la mayor parte de nuestro día a día trabajando; y, a pesar de que el trabajo debería ser algo potencialmente creativo y satisfactorio, ya que muchos de nosotros hemos dedicado nuestros estudios a formarnos en la materia, el sistema actual lo convierte en algo monótono y estresante. Nos dedicamos a producir, la mayoría bajo pésimas condiciones laborales, con la esperanza de ver pasar cada vez más deprisa el calendario laboral a la espera de la sagradas vacaciones.