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Floren Aoiz www.elomendia.com

Gol de Marcelino, perdón, de Zarra, uy, no, de Iniesta

 

Vaya lío! No sé cómo lo llevarán los amantes del fútbol, pero para quienes lo aborrecemos, el Mundial es una pesadilla. Lo es siempre y el aburrimiento se agudiza cuando, como este año, se nos somete a presión asfixiante para hacernos creer que la España ruinosa y decrépita renacerá de sus cenizas gracias a los triunfos deportivos.

Campeones, esa palabra tuya bastará para sanarme, le dice España al fútbol, como si los laureles del balompié sirvieran, cual milagrosa agua del Jordán, para lavar todas las máculas y purificar todas las podredumbres. La España que se escurre entre estatuts, secenionismos y una crisis estructural, la España que todo el mundo mira por si sigue el camino griego, ya no aspira a estar entre las grandes economías, pero ha encontrado en el fútbol la solución. Ni producto Interior Bruto, ni pensiones, ni empleo, ni prestaciones sociales, ni vivienda digna, ni educación, ¿qué importan todas esas bobadas frente a un Mundial de fútbol? ¿Quién optaría por una sociedad justa con una economía sólida pudiendo tener un cortijo caótico controlado por unos cuantos mangantes que, eso sí, gana campeonatos mundiales de fútbol?

En Euskal Herria, Països Catalans y Galiza cada vez menos gente quiere ser española, pero el fútbol lo va a cambiar todo. La victoria en Sudáfrica cambiará el curso de la historia. Nadie querrá marcharse del Estado más goleador del mundo. Ah, perdón, me dicen que goles los justos y a última hora. Como no sé nada de fútbol...

Esto de usar el balompié como mecanismo tapalotodo, o como fórmula para lograr adhesiones al régimen, viene, como tantas otras costumbres de la «democracia española», del franquismo. Pikaren kumea pika, dícese en euskara. El gol de Marcelino frente a la URSS pretendía convertir al Estado de la derrotada y humillada División Azul en vencedor sobre el comunismo. El gol de Zarra frente a la pérfida Albión ponía a España entre los grandes del mundo y golpeaba el prepotente orgullo británico. En 2010, por increíble que pueda parecernos, Iniesta es un nuevo Marcelino-Zarra, que devuelve a la nación española la satisfacción de estar en lo más alto del planeta.

Que, por otra parte, es estar en las nubes. Y es que no es lo mismo una burbuja que una profunda trasformación social. Fenómenos como el fútbol son capaces de crear tendencias y muchos españolistas se han sentido reforzados, contentos de tener algo a lo que agarrarse ahora que los consejeros financieros recomiendan no ligarse demasiado a la economía española. Pero un gol no es suficiente para revertir la tendencia hacia el precipicio.

Frente a los enfervorizados forofos españolistas, quienes estamos hasta el moño de la Una, Grande y Libre, sabemos que mientras ellos sólo tienen pasado, nosotros tenemos futuro. Su horizonte es tapar vías de agua para postergar el naufragio, el nuestro navegar libremente en nuestra propia embarcación, eligiendo nuestro propio rumbo.

Nosotros no necesitábamos que perdieran el Mundial; ellos necesitaban ganarlo. Esto, sencillamente, lo dice todo.

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