Los largos plazos de un cambio profundo no impiden dar nuevos pasos cada día
Las imágenes que este fin de semana se han difundido por todo Euskal Herria desde Ziburu hacen rememorar tiempos pasados a quienes no olvidarán nunca aquellos años en los que la «guerra sucia» desplegada desde los aparatos del Estado español, con el asentimiento pasivo-activo de las autoridades francesas, marcaba en gran medida los acontecimientos políticos en nuestro país. Transcurridas más de dos décadas, la muerte de Jon Anza guarda mucha relación con aquel escenario que dibujaban la impunidad policial y la complicidad de una gran parte de la clase política, que intentaba esconder la «suciedad» bajo la alfombra del denominado Estado de derecho.
Entonces, como ahora, el ministro de Interior de turno negaba la mayor desde Madrid; la mayoría de los medios de comunicación buscaban rocambolescas explicaciones cuando la verdad saltaba a la vista; los cuerpos policiales españoles y sus apéndices parapoliciales campaban a sus anchas por Ipar Euskal Herria; el Gobierno del PSOE ponía en marcha la dispersión penitenciaria; desde París se «acompañaba» con la entrega de refugiados políticos, aunque para ello tuvieran que saltarse la legislación internacional...
Pero todo ese conglomerado represivo no pudo frenar al independentismo vasco, ni logró que la izquierda abertzale claudicara en sus legítimas aspiraciones. Ante cada golpe represivo, supo mantener firme el rumbo de su estrategia política y su apuesta por la construcción nacional. La esperanza de construir un escenario estable de justicia y paz en el que las ciudadanas y ciudadanos de Euskal Herria vean respetados sus derechos colectivos e individuales nunca ha quedado relegada ante los cambios coyunturales, que han sido muchos durante el último medio siglo.
Ésa es la fortaleza de una opción política que en estos momentos, ante el cuerpo sin vida de Jon Anza, repatriado el sábado desde Toulouse, ha reiterado su compromiso para hacer avanzar a este pueblo hacia la solución democrática de un conflicto político que no debe estar incluido en la herencia de próximas generaciones. Y con esa misma fuerza exige que se aclare qué fue lo que realmente ocurrió con el militante de ETA desde que desapareciera el 18 de abril de 2009 hasta que -según la versión oficial construida casi un año después- apareciera en grave estado en una calle de la capital occitana el 11 de mayo siguiente.
En este contexto, cabe destacar que, al ser cuestionado sobre la actitud que mantiene la organización armada ante el proceso de debate que ha concluido con las reflexiones plasmadas en el documento «Zutik Euskal Herria», un representante cualificado de la izquierda abertzale como Rufi Etxeberria haya comentado, en una entrevista publicada esta misma semana, que «la posición de ETA durante estos largos meses está ayudando» y que es a ETA a quien corresponde «hacer públicos los siguientes pasos» una vez que anunció que así lo hará ante el emplazamiento que le hicieron los impulsores de la Declaración de Bruselas.
Un gran impulso acumulado
Es evidente que cualquier cambio político con aspiraciones de construir un marco de relaciones estable viene precedido de un cambio social, y que éste no se produce en el corto plazo. También es propio de la naturaleza humana esperar que la mejora de las condiciones en las que vivimos cambien cuanto antes; si es posible, mañana mismo y, si no, con el nuevo curso o con el inicio del próximo año. Esas dos premisas no son contradictorias, como podemos comprobar si las colocamos en el actual escenario vasco.
El cambio social necesario para lograr la soberanía nacional se está gestando desde hace mucho tiempo. Si la izquierda abertzale se ha consolidado en el conjunto del territorio como una de las referencias ineludibles a la hora de configurar el espectro político, incluido su reflejo electoral, ha sido porque buena parte de la sociedad vasca comparte los ejes básicos de su proyecto. Y nadie puede negar que ese fuerte soporte social viene influyendo desde hace mucho tiempo en las estrategias de fondo y los movimientos coyunturales que realizan el resto de formaciones políticas, incluidas, cómo no, las que se adscriben al nacionalismo español y las que han mantenido una relativa primacía electoral blandiendo el estandarte del abertzalismo al mismo tiempo que colaboraban, aquí y en Madrid, con quienes se niegan a reconocer y respetar la capacidad de decisión de la ciudadanía vasca.
Dicho esto y aunque no se trata de marcar en rojo una fecha mágica del calendario, es cierto que no se pueden mantener los plazos abiertos indefinidamente. Una vez que las condiciones de fondo han evolucionado y existe un proyecto político maduro en torno al cual se están agrupando formaciones que proceden de tradiciones políticas distintas, es necesario alimentar ese recorrido dando nuevos pasos concretos. Así ha ocurrido en los últimos años y así está ocurriendo en los últimos meses, lo que está dejando sin argumentos a quienes, para fortalecer su obsoleta estrategia, quieren hacernos ver que la botella sigue medio vacía.
Como se volvió a plasmar ayer en Ziburu, la izquierda abertzale no está dispuesta a retroceder treinta años atrás, sino que va a aprovechar el impulso acumulado para avanzar con el convencimiento de que es posible derribar los muros que han levantado los estados español y francés para frenar las aspiraciones nacionales, políticas y sociales del pueblo vasco.