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El negocio, sospechoso en Duisburgo

Los momentos iniciales de horror y consternación ligados a la tragedia de la Loveparade -la multitudinaria fiesta tecno que se celebraba en la localidad alemana de Duisburgo en la que murieron el sábado 19 personas a causa de una avalancha humana- han dejado paso al análisis de las circunstancias que rodearon al luctuoso suceso. La Fiscalía de la ciudad ha abierto una investigación para determinar las causas de lo ocurrido y los errores cometidos por quienes tenían la obligación de garantizar la seguridad de los participantes en el festival.

Será esa investigación la que, al menos en teoría, arroje luz suficiente sobre el asunto, depure responsabilidades si las hubiere y, lo que es más importante, sirva de sólido punto de partida para extraer conclusiones que en el futuro sirvan para prevenir nuevas desgracias de estas dramáticas características. De momento, las declaraciones de los implicados (organización, Policía, autoridades locales...) insisten en que no se registraron defectos de seguridad que hicieran pensar en una tragedia como la vivida. El número de policías era suficiente y, en el momento de la avalancha, la explanada que acogía la fiesta ni siquiera estaba llena. Eso es, al menos, lo que se desprende de las diversas versiones que han tratado de explicar lo ocurrido.

Sin embargo, si hay algo realmente tozudo es la realidad. Y la realidad es que 19 personas perdieron la vida y 342 resultaron heridas cuando la masa se dejó llevar por el pánico. Que miles de personas se encontraron en una ratonera pensada para evitar que la gente entrase (sin abonar la entrada), pero nunca para permitir que saliese en caso de emergencia. Y que, desgraciadamente, una jornada de fiesta terminó convirtiéndose en una dantesca y fatídica escena mortal. Es innegable que una muchedumbre desbordada por el pánico es una riada difícil de controlar, pero destinar un recinto cerrado de 230.000 metros cuadrados a un acto en el que participa más de un millón de personas supone, a todas luces, una provocación a la tragedia. Una tragedia en la que el factor negocio asoma ya como una de las principales variables a investigar.

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