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CRíTICA cine

«Toy Story 3»

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Mikel INSAUSTI

Después de ver “Toy Story 3” he hecho un ejercicio de memoria para recordar cuál fue mi juguete favorito de la infancia, y he caído en la cuenta de que se trataba de una ambulancia, una furgoneta DKW a escala pintada de blanco y con la cruz roja. Cuando lloras en la sala de cine prefieres pensar que lo haces llevado por la emoción de contemplar una obra cumbre de la animación que cierra una sublime trilogía superando a las dos películas anteriores, pero una vez fuera llega el ineludible momento de analizar dónde te ha tocado a tí, en concreto, la fibra sensible.
 
No se trata del niño que todos llevamos dentro, ya que jamás los guionistas de Pixar caerían en recursos psicoanalíticos así de facilones. Es mucho más que eso, te colocan las gafas para proyección en 3D y te hacen viajar a la niñez, con tal sentido de la perspectiva y de la profundidad que te inducen a verte a ti mismo, peleando con otros críos por juguetes innecesarios, sin que ellos puedan saber cuál es tu preferido de verdad, porque no se lo vas a contar a nadie. Ése era el plan, hasta que Pixar ha conseguido que me vea reflejado en Andy, y que haya surgido en mi interior más remoto la necesidad de contarlo, y con ella la sensación de que hubo un tiempo en que todos fuimos mejores personas, o al menos un proyecto de buenas personas.
 
El cine ha olvidado la naturaleza moral del “flash back”, recuperada por Pixar en toda su esencia reveladora, y para muestra la terrible y dolorosa secuencia en la que el oso de peluche que huele a fresa Lotso Abracitos recuerda los íntimos motivos por los que se convirtió en un mafioso.
 
Se podría pensar que al revivir el traumático y lejano episodio va a recuperar la inocencia perdida, pero no es así, y, cuando tiene oportunidad de redimirse ayudando a los otros juguetes en peligro, deja que vayan directos a la incineradora de basuras. Es un nazi sin remedio, como aquellos que, por una u otra razón personal, están incapacitados para sentir las películas de Pixar como suyas.
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