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Mertxe Aizpurua Periodista

El penúltimo hablante

 

En algún punto de la Tierra, con una cadencia de dos semanas, muere el último hablante de un idioma. La estadística es letal. Dicen que en este siglo desaparecerá la mitad de las 6.000 lenguas del planeta. Los últimos suspiros, mortales, irreversibles, en los que se extinguen distintos modos de ver y comprender el mundo, se enterrarán con su lengua. Yofris Márquez es el último hablante de añú en Bolivia, pero todavía es relativamente joven. Puede enseñarla a quien quiera aprender. Bannëken es el último hablante selk'nam del planeta. Es anciano y ya no le queda fuerza. La lengua patagónica de sus ancestros desaparecerá con él.

El silencio de la voz de estos pueblos se instala antes de que ellos -auténticos fósiles vivientes- desaparezcan. La muerte se impone con el penúltimo hablante. Si no hay diálogo, no hay lengua. Y no hay lengua que perdure al silencio. Porque no son sólo palabras, expresiones y gramáticas; lo que se pierde es una red de la historia que ha unido a un grupo, lo que se pierde son senderos, cruces de caminos y bifurcaciones de la humanidad. Oigo la palabra biodiversidad y me zumban los oídos. Protegemos las mil y una especies de escarabajos para mantener sus diferencias y, mientras, nosotros nos convertimos, poco a poco, en el mismo clon. La mitad del camino lo hemos recorrido ya. Comer la misma hamburguesa y vestir con uniforme -es la táctica de los ejércitos- lleva a pensar prácticamente igual. Acabaremos hablando el idioma común -algo así como ug!- hasta no reconocernos a nosotros mismos en un mundo en el que no cabe la diferencia. Y los escarabajos, esos sí, evolucionando.

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