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Fede de los Ríos

Uno que habla con estatuas dirige la nación española

 

Marchó el rey de las Españas el pasado domingo, Día da Patria Galega, a Compostela para presidir la Ofrenda Nacional al Apóstol Santiago que las fuerzas vivas representantes de España, es decir, militares, guardias civiles, policías nacionales, obispos, políticos y algún que otro banquero rinden a Santiago el Mayor, aquél al que apellidaron Matamoros y que cerraba España.

Las ofrendas son actos realizados para ganar el favor de fuerzas sobrenaturales o de algún dios. Así que el rey de los españoles, ese individuo que ocupa la cúspide del ordenamiento jurídico español y al que el Caudillo designó para regir los destinos de lo que antes fue un imperio, una vez en la Catedral, pidió al apóstol, también apellidado Mataindios (se ve que mataba con igual fruición al moro que al inca, era un demócrata), su intercesión para sacar a España de la crisis económica. Demandó, con esa facilidad para la oratoria que le caracteriza, la protección del Santo para cada uno de sus súbditos, pueblos, ciudades y «comunidades Autónomas». «Ilumina por ello a nuestras autoridades y responsables políticos, económicos y sociales», dijo el monarca. Habrá quien piense que dicha tarea resulta excesiva hasta para un apóstol que goza de prerrogativas divinas. Por otra parte, si foscos, los políticos, ya resultan, de suyo, insoportables, qué será de nosotros una vez iluminados.

Mientras en las calles una multitud reclamaba el derecho a la soberanía nacional galega como herramienta de transformación necesaria para salir de las crisis del sistema capitalista, el monarca más sencillo de cuantos han ocupado un trono en el Occidente cristiano pedía al Santo patrón que reafirmase la unidad de España y ayuda para «erradicar el odio, la violencia y la sinrazón de la barbarie terrorista». Otro tipo de odios, violencias y sinrazones parecen no disgustar tanto a su majestad. Y abrazando por detrás a Santiago (confieso que la postura pudiera dar lugar a habladurías), rogole el fomento de «todo aquello que hace de España la gran familia unida, al tiempo que diversa y plural, de la que nos sentimos orgullosos».

Otros gobernantes, en otras partes del mundo ante una crisis económica apelan a desarrollar (implementar dicen los modernos) unas políticas económicas u otras. Unos apelan por volver a Keynes, otros a Milton Friedman, incluso hay quien no ve salida sin una socialización de los medios de producción y una planificación económica. En España no, en España resulta algo normal, es decir, no irracional, el que el jefe del Estado se abrace a una estatua que representa a un individuo más bien feo al tiempo que susurra en su oído que nos ilumine y saque de la crisis. Y todos los demás políticos partícipes del ritual, demócratas de un estado laico, le imitan. Empiezo a sospechar que no es incienso aquello que humea dentro del botafumeiro. Imagino las carcajadas de Rouco Varela al verlos en continua genuflexión ante los ídolos de los católicos. Vámonos cuanto antes y que el último, o Santiago mismo, cierre la puerta.

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