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Mertxe AIZPURUA I Periodista

Cuerpos gloriosos

Aquí, desde la arena de la playa, les puedo asegurar que las costas no están llenas de jóvenes con tabletas de chocolate modeladas a cincel ni de maravillosas chicas con tetas perfectas y culos esculpidos. Aunque ésas sean las imágenes que repiten los informativos de televisión, en realidad, de eso hay más bien poco. Mi mirada se tropieza cada tres por tres con barrigas prominentes y muslos celulíticos y rara vez con líneas de cuerpos dorados salidos de páginas del papel couché. Aunque si resultara cierto eso de que el futuro de una sociedad se ve en sus anuncios, imagino que será por poco tiempo. La belleza «low cost» ha llegado y se ha instalado. Mantenerse joven y guapo es accesible para el cincuentón del barrio obrero y para la macarrilla del instituto. La generalización lleva a una banalización de la experiencia y pasar por el quirófano para mantener a raya el cuerpo acabará siendo tan habitual como un corte de pelo. Ardua tarea ésta de responder al patrón estético de una glorificada adolescencia que, paradójicamente -recuerden la suya-, es una de las fases de la vida que con más rapidez conviene superar. Aceptar que somos tiempo y que vivir es ir envejeciendo va a resultar mucho más difícil. Siempre hay dos ritmos, y el cuerpo y el yo no acostumbran a ir al unísono. Al principio, es el cuerpo el que va lanzado y tú vas detrás de él corriendo; después, él empieza a ir detrás de ti, un tanto sofocado. Llegará el momento en que te preocupará saber qué pasará si le da por frenar en seco. Pero esto es ley de vida. Lo que no es normal es esta dislocación del cuerpo que vivimos. Decía Sartre que el infierno son los otros. Y su mirada nos convierte en cosa.

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