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Iñaki Soto I Licenciado en Filosofía

La isla de la Tortuga

Los piratas son unos de los héroes más entrañables de la edad en la que las fiestas son sinónimo de comer helados y ver los fuegos artificiales. Ya de mayores, los hay que con unos cuantos vasos de ron entre pecho y espalda se ponen muy piratas, aunque le digan a su madre, a sus vecinos o a sus electores que ellos sólo comen helado y ven los fuegos. Es normal, es bueno, son fiestas. Lo que no es normal es decir al resto de qué sabor tiene que ser su helado y poner negativos a los que hacen pira en los fuegos. Así es normal que exista rebelión a bordo. La iniciativa de Donostiako Piratak ha demostrado que es posible crear pequeñas islas, sembrar microclimas ajenos al pinar que en este terreno han sembrado las instituciones.

No obstante, creo que existe un debate pendiente entre quienes plantean un «modelo de fiestas popular». Ese modelo puede plantearse como alternativo en términos de comunidad, como derecho a tener una cultura distinta con costumbres, normas y gustos propios, o puede plantearse como alternativa en términos de contrapoder, como un modelo distinto que disputa la hegemonía al sistema establecido. Evidentemente, ambos modelos no son cerrados y seguramente de su combinación saldría la opción más efectiva. En todo caso, los argumentos para defender esas opciones son distintos. La primera defiende la pluralidad, el derecho a verse representado en los actos públicos. Por ejemplo, si en una ciudad existe demanda de cantautores en euskara y el Ayuntamiento nunca los programa, hacer un festival de ese estilo puede saciar a ese grupo y servir de denuncia contra la cerrazón del consistorio. En ese esquema, los actos organizados tapan los huecos del programa oficial. La otra opción supone competir con la propuesta institucional. La idea sería contraprogramar, crear un plan paralelo que revierta simbólicamente lo establecido. La oferta debe tener en cuenta aspectos ideológicos, culturales... y económicos.

En este aspecto, no deja de sorprenderme lo sibaritas que nos hemos vuelto y cómo nos hemos acostumbrado a pagar por calidad en el mercado «libre» y, al mismo tiempo, lo reacios que somos a dar esos servicios y cobrar por ellos en los espacios alternativos. En general, gastar euros a espuertas en la feria de la cerveza o en talos está bien visto, pero no cobrar por un buen servicio en las txosnas. Puestos a ser bucaneros, no olvidemos que Tortuga era a la vez zona liberada y un lugar donde guardar el cofre con el que financiar nuevas aventuras.

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