
Un debate abierto que no se debe rehuir
La aprobaci�n por parte del Parlament de Catalunya de la abolici�n de las corridas de toros ha supuesto un importante hito en un debate que tambi�n est� abierto en la sociedad vasca. Las movilizaciones antitaurinas van cobrando cada vez mayor protagonismo en los medios -aunque la participaci�n en estos actos no es todav�a masiva-, pero la dimensi�n real del rechazo a este tipo de tradici�n l�dica es mucho m�s amplia. Gradas vac�as, cosos taurinos que desaparecen o que tienen una actividad limitada a una corrida anual, alternativas festivas que van cogiendo mayor auge... son elementos que hacen evidente que matar seis toros en una tarde ya no se ve en muchos de nuestros pueblos y ciudades como una �fiesta�, sino como un espect�culo morboso anclado en el pasado. Cierto es tambi�n que todav�a hoy las corridas tienen un importante respaldo en puntos de toda la geograf�a de Euskal Herria, desde Tutera hasta Bilbo y desde Azpeitia hasta Baiona.
Todo ello debe servir para que el debate se lleve por cauces tranquilos y, sobre todo, sin utilizar elementos tan demag�gicos como los que en estos �ltimos d�as han utilizado algunos dirigentes pol�ticos. En apenas unas horas se ha escuchado a I�aki Azkuna decir que no entender�a la Aste Nagusia sin toros, cuando al mismo tiempo intenta limitar el alma de esas fiestas, las actividades de Bilboko Konpartsak; y a Od�n Elorza comentar que le parece �curioso� que �a los m�s radicales en el tema taurino de San Sebasti�n, algunos conozco, creo no haberles visto nunca en una manifestaci�n en contra de un atentado o un asesinato�. Flaco favor hacen a los taurinos declaraciones tan rid�culas, s�lo comparables a las de quienes pretenden llevar la discusi�n por est�riles derroteros identitarios.
Si el debate est� abierto en la sociedad, quienes hacen gala de ser sus representantes institucionales no pueden rehuirlo y, adem�s, en ciertos momentos ser�a m�s correcto pol�ticamente que ofrecieran una imagen neutral: por ejemplo, si Elorza y Azkuna asisten a las corridas, deber�an abandonar el palco y, desde el burladero, vivir m�s de cerca esa �fiesta de arena y sangre�.