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Alizia Stürtze I Historiadora

El espíritu «Little Boy» vive

El sociólogo argentino Atilio Borón escribe en su blog que si hubieran sido cubanos los presos indígenas mapuche en huelga de hambre para denunciar la aplicación contra su pueblo de la aún vigente Ley Antiterrorista aprobada por Pinochet, su protesta «habría ganado la primera plana de la `prensa libre' de todo el mundo». Tiene razón. Para la mayoría de periodistas, tertulianos y demás portavoces mediáticos, no todos los huelguistas de hambre son iguales: unos son valientes héroes enfrentados a la máquina policial-represiva de la dictadura cubana; otros, por el contrario, no son sino inadmisibles chantajistas con los que no se debe transigir.

Esa desproporcionada doble vara de medir que utilizan les lleva incluso a distinguir entre presos cubanos y presos cubanos. Así, por ejemplo, la situación de los cinco patriotas dispersados desde hace casi ya 12 años en cárceles yanquis de alta seguridad. De hecho, ha sido una fuerte campaña solidaria la que ha conseguido sacar recientemente a uno de ellos, a Gerardo Hernández, de esa verdadera cámara de tortura física y psicológica llamada «hueco» en la que lo tenían aislado y desde la que era llevado en una jaula al patio para una sola hora; todo ello por reclamar su derecho a revisión médica. La lamentable situación de este prisionero no ha conmovido ni a articulistas ni a editorialistas y la campaña mediática en defensa de sus democráticos derechos ha brillado por su ausencia. No lo han considerado tema relevante.

Ser ex preso de Guantánamo tampoco es el mejor camino para que te hagan entrevistas y fotos, y te quiera echar una mano el PP, como a los cubanos pro yanquis (que, por cierto, no paran de quejarse). Y es que, aunque, según el Ministerio de Interior, los llamados «cinco de Guantánamo» vienen de un aséptico «centro de detención», lo cierto es que puede que al Premio Nóbel de la Paz Obama no le interese que expresen lo que vieron y padecieron en ese centro de la ignominia y la prepotencia imperial, donde está probado que se han cometido y se siguen cometiendo crímenes contra la Humanidad. Quizá sea esa una de las razones por las que el siempre diligente Rubalcaba no les permite salir en actos públicos, ni dar ruedas de prensa, y los tiene sometidos a vigilancia policial; claras violaciones de derechos que, por cierto, encajan como un guante con las que el mismo ministro ejerce contra los independentistas vascos. También hay que reconocer que, a cambio de la colaboración de Madrid en esa operación y en otro par de «cosillas» que aparentemente deberían ofender el «orgullo patrio español» (seguir en Afganistán, realizar las reformas y ajustes laborales y fiscales ordenadas telefónicamente desde Washington...), el jefe Obama les ha hecho algún pequeño obsequio, como las vacaciones en Marbella de su esposa, o el reciente informe del Departamento de Estado norteamericano sobre los derechos de las personas según el cual ¡la inmersión en catalán viola los derechos humanos! ¡Cómo no los va a violar si al asunto le aplican esa estrambótica «clasificación taxonómica» que el Tribunal Constitucional ha realizado sobre el Estatut, y que afirma que «la ciudadanía catalana no es sino una especie del género ciudadanía española»! ¡Toma darwinismo socio-lingüístico a la carta!

Siguiendo con esa, desde una perspectiva de derechos humanos, aberrante diferenciación mediática entre presos/ex presos buenos y presos/ex presos malos, lo cierto es que ser o haber sido detenido, prisionero o independentista vasco en los Estados español y/o francés tampoco es el mejor estatus que se pueda tener de cara a un tratamiento mediático medianamente imparcial y ecuánime. En este caso, los prostituidos de la información sólo conocen dos registros: el de la ocultación, la ceguera y el mutismo, o el del posicionamiento absolutamente desproporcionado, parcial y propagandístico a favor de los montajes político-judiciales, las detenciones con presencia televisiva de madrugada y conexión directa con comisaria, la defensa y legitimación de la represión y sus leyes y, en términos generales, el prejuicio, la visión demonizada del que lucha y la llamada al miedo y a la obediencia a la autoridad. Así, ocurre que la reciente huelga de hambre y sed de Ander Geresta y Jabi Abaunza para hacer frente a los cacheos vejatorios a los que deben hacer frente en las «democráticas» cárceles francesas no se ha considerado digna de mención. Como tampoco lo ha sido el nuevo encarcelamiento de Mikel Ibañez, tras dos años en prisión atenuada a causa del grave cáncer que padece. 

Por contra, el periódico «El Mundo» sí considera material informativo de interés explicar con todo lujo de detalles la arbitrariedad y crueldad, totalmente contrarias a derecho, que están utilizando las autoridades de Interior y los jueces de vigilancia penitenciaria contra los presos vascos, cuya indefensión es, afirman sin rubor, total y absoluta: lesiones leves castigadas con la máxima dureza, aislamiento de meses por la más pequeña sanción, constatación de que denunciar un maltrato puede suponer otra causa penal que aumenta la condena... En este caso, no sólo no ocultan, sino que exhiben hasta qué punto se ciscan en el cumplimiento de los derechos humanos y veneran los malos tratos, el castigo y la venganza, envalentonados además como están por las más recientes directrices europeas que recomiendan potenciar la delación y vigilar policialmente «los pensamientos radicales» que todavía pululan por Europa,  y que amenazan con usar (más descaradamente aún) el terrorismo de estado contra quien se enfrente a este nuevo (des)orden mundial, cuyo objetivo principal es que los millonarios lo sean cada vez más.

La «agenda mediática del gran poder» es la que establece sobre qué y en qué sentido tienen que pensar/actuar las audiencias alienadas y manipulables: aquellas cosas que los medios ignoran o censuran no existen; aquéllas que a las clases poseedoras y dirigentes les conviene potenciar, exacerbar y condicionar son tratadas con insistencia y siempre con el mismo sesgo.

Así, resulta que, en muy pocos días, ha desaparecido de las cabeceras ese material de innegable interés informativo que son los documentos secretos referentes a las acciones del Ejército estadounidense en Afganistán, recientemente filtrados por Wikileaks. Mientras, los grandes medios reproducen la portada del «Time» que, acompañada del nada inocente titular «Qué pasará si abandonamos Afganistán», ilustra a una joven afgana con el rostro mutilado por los talibán, al tiempo que nos anuncian que una ONG estadounidense va a cubrir los gastos de su operación quirúrgica. La violencia machista contra las mujeres es terrible, pero estamos por ver fotos de los cientos y cientos de niños, mujeres y hombres civiles inocentes asesinados y destrozados por las bombas de racimo de las tropas de la OTAN. Y es que, haciendo una vez más uso de su singular baremo, los maltratos contra las mujeres de Afganistán, Irán, Irak, China o del propio Occidente interesan mediáticamente... hasta que dejan de interesar.

Lo mismo ocurre con las fosas comunes. Algunas, como las encontradas en la ex Yugoslavia o en Camboya, les dan muchísimo juego para exhibir su indignación ante ciertos genocidios y ciertos criminales de guerra. Otras fosas, sin embargo, no les merecen el mismo interés. La recientemente encontrada a 200 km. de Bogotá, por ejemplo, sería un claro caso de invisibilización interesada. Es la mayor de América Latina, contiene más de dos mil cadáveres no identificados pero que, al parecer, corresponden a líderes sociales, campesinos y defensores de derechos, «desaparecidos» sin dejar rastro por el Estado colombiano, y transformados en falsos guerrilleros, en «falsos positivos», para cobrar la correspondiente recompensa y obtener ascensos, y, de paso, agradar a Washington, en plena puesta en marcha de su Plan Colombia. Ante semejante genocidio, certificado el pasado mes de julio por una delegación de Europa y de Estados Unidos, ¿desde qué perspectiva se puede comprender ese silenciamiento mediático sino desde la de la criminal complicidad del periodismo mayoritario con las estrategias del gran capital que necesita de masacres para desplazar poblaciones de lugares con ricos recursos naturales y para castigar a la disidencia?

No basta con dedicar ahora, en plan «histórico», unas cuantas páginas al Plan Cóndor, a las decenas de miles de víctimas que causó, a las dictaduras que impulsó, o al papel de Kissinger y demás altos cargos de la administración de EEUU en todos esos crímenes contra la Humanidad. Hay que relacionar todo eso con el presente, con los genocidios en marcha, con el nazismo imperialista de Israel, con las estrechas relaciones de EEUU-UE con regímenes dictatoriales, con el peligro de guerra nuclear argumentado por Fidel Castro, con la situación de pueblos como Euskal Herria en lucha por sus derechos nacionales y sociales, con la criminalización de toda forma de lucha anticapitalista en un contexto de crisis como el actual...

No sólo no basta, sino que es un ejercicio de cinismo que es imprescindible desentrañar y denunciar. La prueba es que mantienen el mismo esquema «buenos/malos» de siempre, según el cual los «buenos» son los herederos de los que, hace 65 años, lanzaron contra la población civil de Hiroshima y Nagasaki a «Little Boy» y a «Flat Boy», las dos bombas más mortíferas de la historia. Y en función del cual, contra los «malos» todo está justificado: el fin sigue justificando los medios. Y para eso están ellos: la prensa del capital.

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