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OBITUARIO [Francesco COSSIGA]

Adiós a un iconoclasta polémico en Italia y amigo en Euskal Herria

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Ramón SOLA I

Todos los perfiles y biografías que se difundieron ayer tras la noticia de la muerte de Francesco Cossiga coinciden en situarlo una rara avis en política, iconoclasta en las formas y radical en sus planteamientos de fondo. Probablemente fuera esa forma de ser la que en los últimos años llevara a Cossiga a abrazar la causa vasca, aunque ello le obligara a enfrentarse de modo descarnado con antiguos aliados políticos como José María Aznar. Por eso, su muerte se ha sentido especialmente en Euskal Herria, y más aún entre quienes llevan años intentando buscar una solución al conflicto y han contado con su colaboración.

Cossiga falleció ayer en el Policlínico Gemelli de Roma, en el que llevaba ingresado desde el pasado 9 de agosto. Un fallo cardiorrespiratorio acabó con la agitada trayectoria del senador vitalicio y ex presidente italiano, que pese a lo elevado de su proyección pública no tuvo reparo alguno en implicarse en la arena política vasca hasta extremos poco habituales. Una de sus últimas iniciativas, por ejemplo, fue el intento de ver en prisión a Arnaldo Otegi -«mi amigo Arnaldo»- y a Joseba Alvarez, con quien se reunió varias veces. Las autoridades españolas despreciaron la petición de visita y Cossiga, en su línea, no se mordió la lengua. Tildó a José Luis Rodríguez Zapatero de «fascista y maleducado», y le recordó que los dos dirigentes independentistas habían sido llevados a prisión a través de «una ley fascista».

«No os dejéis dividir, seguid»

Poco después, Cossiga concedió a GARA una de sus últimas entrevistas. Era diciembre de 2007, y pese a que el final del proceso de negociación teñía de nubarrones la escena vasca, el presidente emérito italiano traía un mensaje de esperanza y un consejo para la izquierda abertzale. Explicó que lo que quería haber trasladado a Otegi y Alvarez era esto: «Permaneced unidos, siempre y cueste lo que cueste. No os dejéis dividir. Y seguid adelante».

Con un sarcasmo muy característico suyo, Cossiga preguntaba además al periodista: «¿Cree que si pongo lo pies en España me detendrán? Porque no sólo he conversado con los amigos Otegi y Alvarez, sino que he comido con ellos». Por aquellas fechas, estaba ilusionado con la perspectiva de declarar como testigo en el juicio contra el diálogo político, finalmente suspendido, en una nueva muestra de apoyo a estas vías de solución.

Repasando la hemeroteca, llama la atención que Cossiga no sólo se movilizó por los derechos de Euskal Herria y la situación del conflicto cuando el viento corría a favor. Es cierto que fue uno de los firmantes de la Declaración de los Seis que trató de alentar el proceso de negociación en 2006, junto a Gerry Adams, Adolfo Pérez Esquivel, Mario Soares, Cuauhtemoc Cárdenas y Kgalema Mothlante. Pero también lo es que abrió las puertas de su casa a los dirigentes de Batasuna en los «años de plomo» de la ilegalización, que combatió con el convencimiento férreo de que era un camino absurdo. Por ejemplo, se reunió con Otegi y Alvarez en Milán en marzo de 2002, cuando el Gobierno español trataba de construir un «cinturón de hierro» para aislar a la izquierda abertzale, y con Otegi y Pernando Barrena en Bilbo en enero de 2003, cuando la Ley de Partidos ya estaba lanzada.

Esto le condujo a una escalada verbal imparable, primero contra Aznar y luego contra Zapatero. En enero de 2001 recordaba en ``El Mundo'' que «Aznar era franquista cuando yo luchaba contra el terrorismo». Por aquellas fechas recibió el galardón Lagun Onari de la Fundación Sabino Arana. La decisión del PP de expulsar al PNV de la Internacional Demócratacristiana -que los jeltzales cofundaron- la sintió como una puñalada en carne propia. «El Gobierno español sigue la estela de Primo de Rivera», sentenció Cossiga.

En agosto de 2003, la Ertzaintza cerró las sedes de Batasuna junto a otros cuerpos policiales. El presidente emérito calificó de «estalinista» al juez Garzón y de «fascista» al Ejecutivo Aznar. Un año después, en el mes de octubre de 2004, su voz volvió a sonar indignada, esta vez por la excarcelación del general Enrique Rodríguez Galindo tras haber sido declarado culpable de las muertes de Joxean Lasa y Joxi Zabala: «A Zapatero le parece un mérito el uso del terrorismo de Estado», censuró con alarma tras calificar al ex jefe de Intxaurrondo de «vulgar asesino».

La evolución de Cossiga quedó clara cuando en 2005, con un nuevo intento de solución en ciernes, se dirigió no sólo a Zapatero sino también a Ibarretxe, para que arriesgaran y siguieran la senda de Irlanda. Se convirtió en un ferviente defensor de la consulta del lehendakari, que finalmente quedó en vía muerta. Luego llegó la Declaración de los Seis, y lo que no cesó ni un momento fue su constante preocupación por los efectos negativos del apartheid político. Contempló con estupor cómo Otegi era encarcelado de nuevo unos días después del alto el fuego de ETA de marzo de 2006, por lo que expresó su «profunda preocupación». Un año antes, en el anterior encarcelamiento del líder independentista, Cossiga se había ofrecido públicamente incluso a pagar la fianza.

PNV e izquierda abertzale

Tras la noticia del óbito, el PNV destacó sobre todo que, «en momentos delicados» y superando «todas las presiones ejercidas» desde el Gobierno Aznar, Cossiga «ha dado testimonio valiente de amistad con el PNV, denunciando públicamente el apartamiento de los foros internacionales de la democracia cristiana, auspiciado por el PP».

La izquierda abertzale recibió la noticia «con hondo pesar» y resaltó, desde sus divergencias con la democracia cristiana, que Cossiga ha sido «un sincero amigo de Euskal Herria y de la izquierda abertzale, y un defensor del derecho a la libre determinación de los vascos», además de un «acérrimo» detractor de la ilegalización.

Pero es en Italia, lógicamente, donde la muerte de Cossiga no deja indiferente absolutamente a nadie, ya que durante su larguísima trayectoria (más de 50 años) se ganó admiradores y detractores casi a partes iguales.

Como ministro de Interior, por ejemplo, a Cossiga le tocó lidiar con el secuestro y muerte del líder democristiano y ex presidente del Gobierno Aldo Moro en 1978. Supuso un antes y un después en su carrera política y su dimisión como ministro de Interior, cargo que ejerció desde 1976 y que le brindó la custodia de los secretos del país en uno de sus periodos más convulsos, debido a la constante acción armada de las Brigadas Rojas o a los escándalos de corrupción.

En el último año y medio de su mandato presidencial, de 1985 a 1992, Cossiga desencadenó además un auténtico terremoto político-institucional. Pretendía llegar a una Segunda República, de corte presidencialista, y para conseguirlo no dudó en dimitir, no sin antes criticar a la clase política a través de los famosos picconate, «golpes de pico» que repartió a diestro y siniestro contra todos.

El llamado «ciclón Cossiga» se desató cuando se descubrió la existencia de la «red Gladio», organismo paramilitar, secreto, cuya misión era, al parecer, enfrentarse al desaparecido Pacto de Varsovia. Cossiga dijo que los «gladiadores» eran «patriotas».

Después de muerto también ha dejado su sello Cossiga. Ha trascendido que deja cuatro cartas de contenido desconocido para los principales mandatarios italianos -incluidos Giorgio Napolitano, presidente de la República, y Silvio Berlusconi, primer ministro-. Al parecer, en sus últimas voluntades pide además que no haya funerales de Estado. Un epílogo adecuado para una figura poco habitual.

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