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ANÁLISIS | FRANCESCO COSSIGA, VISTO DESDE iTALIA

El cuartelero inconformista

El recién fallecido Francesco Cossiga personificó a la perfección el prototipo de político democristiano de poder, capaz de estar con el Diablo y con Dios al mismo tiempo. Pero siempre con el fin de preservar la supremacía de Occidente y, en ese contexto, el papel estratégico de Italia.

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Giovanni GIACOPUZZI Escritor

Francesco Cossiga, el ex presidente de la Repubblica, era un político italiano para «todas las épocas». Ha personificado perfectamente el prototipo de político democristiano de poder, capaz de estar con el Diablo y con Dios al mismo tiempo, interpretando así una idea «cristiana» de la «democracia». Todo con un único fin: salvaguardar la supremacía de Occidente y, en ese contexto, el papel estratégico de Italia.

Sin embargo, ese principio general permitía un amplio caudal en donde la fantasía itálica se movía a sus anchas. Es en ese particular aspecto de la política italiana en el que Cossiga tiene que ser recordado como su más ilustre intérprete, cuya primacía sólo es cuestionada por otro histórico, Giulio Andreotti.

Cossiga acuñó las famosas esternazioni, frases-pensamiento efectistas que convulsionaron la codificada política italiana. Mafia, P2, guerra fría y Gladio, estrategia de la tensión, escándalos económicos... un sinfín de agujeros negros que han sido el soporte de un poder político que duró cuarenta años y dio lugar a un capitalismo de Estado personificado por la Democracia Cristiana.

Para flotar en ese mar embravecido, Cossiga fue un inconformista, es cierto, pero al mismo tiempo mostró la clásica mano dura cuando, en los setenta, la presión popular hacía vislumbrar una crisis del modelo de poder dominante. Hay un episodio significativo que nos muestra una idea estructural del pensamiento de Cossiga, su concepción de la «guerra preventiva». Es la muerte de Giorgiana Masi en 1977, una joven de 20 anos muerta por disparos en una manifestacion en Roma.

Cossiga era por aquel entonces Ministro de Interior. Lo fue desde 1976 hasta 1978, cuando dimitió a raíz del secuestro y muerte del presidente de la Democracia Cristiana italiana, Aldo Moro, por las Brigada Rojas, con las cuales, por cierto, Cossiga no quiso negociar -aunque, o quizás por eso, el inconformista político italiano reconocía su carácter «político», como ha recordado el ex dirigente de las BR Prospero Gallinari-. Esos años estaban caracterizados por una fuerte tensión social. La izquierda extraparlamentaria tenía una fuerza considerable que desbordaba su expresión militante. El Estado reaccionaba con una represión pura y dura evidenciando, además, un atraso respecto a las ansias de cambio social y cultural de la sociedad. Una muestra de ello fueron los referendos abrogativos propuestos por el Partido Radical, que se identificaba entonces como una «izquierda libertaria».

Esos referendos tenían como objetivo a suspensión de leyes como la de los manicomios, de 1904, la legislación sobre la comisión parlamentaria para juzgar a políticos corruptos o la ley sobre la financiación de los partidos.

La Corte Constitucional admitió sólo dos consultas: sobre la financiación de los partidos y sobre la ley de orden público denominada Legge Reale, por el nombre de su autor, de 1975. Era una especie de «ley de fuga» que permitía a la Policía disparar en actos que «afecten al orden público». Muchas personas murieron por esa ley en aquellos años.

En abril de 1977, en Roma, durante un enfrentamiento entre militantes de Autonomía Obrera y carabineros moría por disparo de arma de fuego un militar de la benemérita. Cossiga decidió a renglón seguido la suspensión de cualquier manifestación pública que no fuera convocada por partidos parlamentarios hasta el 31 de mayo, decisión que fue aprobada por el Partido Comunista Italiano.

Sin embargo, el Partido Radical, que junto a otros movimientos estaba volcado en la recogida de las firmas en favor de los referendos, boicoteó la decisión y convocó un sit in para el 12 de mayo en Piazza Navona. Acabada la manifestación, hubo enfrentamientos provocados por «infiltrados», según denunciaron durante los días siguientes portavoces del Partido Radical, y cuatro personas fueron heridas por disparos de arma de fuego. Una de ellas, Giorgiana Masi, militante radical, murió.

El juicio para dilucidar el autor o autores de aquellos tiroteos no aclaró el asunto. Sin embargo, las fotografías publicadas por diversos medios, que mostraban a agentes de paisano disfrazados de «manifestantes» y con armas en la mano mientras disparaban, y las propias declaraciones de Cossiga, años mas tarde, hacen pensar que la muerte de Giorgiana Masi fue otro episodio más de la «estrategia de la tensión» que entre 1969 y 1980 sembró Italia de centenares de muertes.

Cossiga nunca abjuró de unas declaraciones que realizó cuando era ministro de Interior sobre sus métodos para «cortar» en seco las movilizaciones populares. Lo confirmó en 2008 en una entrevista al diario «Quotidiano Nazionale».

Eran meses de protestas contra el proyecto de ley sobre la enseñanza de la ministra Gelmini. Miles de estudiantes llenaban las calles de toda Italia. Berlusconi amenazó con la intervención de la Policía en las escuelas y universidades ocupadas.

Cossiga aconsejó al ministro de Interior, el leghista Maroni, hacer «como hice yo». «Ante todo, dejar a los estudiantes de bachillerato, porque ¿te imaginas lo qué sucedería si resultara muerto o herido de gravedad un chavalito? A los universitarios, al contrario, dejadlos hacer. Retirad a las fuerzas de Policía de las calles y de las universidades, infiltrad el movimiento con agentes provocadores dispuestos a todo, y dejad que por una decena de días los manifestantes revienten tiendas, incendien coches y pongan patas arriba la ciudad».

«Después de eso, y con el refuerzo del apoyo popular contra estos actos, el sonido de las sirenas de las ambulancias deberá sobresalir sobre los de los coches de la Policía y los carabineros. Es decir, la fuerzas del orden público no deberán tener piedad y deberán enviarlos a todos al hospital. No detenerlos, ya que lo magistrados los pondrían de inmediato en libertad, sino pegarles y pegar también a aquellos profesores que los incitan. Sobre todo a éstos. No me refiero a los profesores ancianos, por supuesto, sino a las maestras jóvenes, ésas sí que adoctrinan a los chavalitos y los llevan a la calle: eso es criminal. Ésa es la receta democrática: apagar la llama antes de que prenda fuego el incendio».

El miembro del Aspen Institute Italia, el hombre que homenajeaba a los «patriotas» de Gladio, el político inconformista que apoyaba la causa vasca, que estaba «orgulloso de la historia del PNV» y se consideraba «amigo de Arnaldo Otegi», fue un político que, hay que decirlo, decía lo que pensaba y actuaba en consecuencia. Se ha ido con sus secretos y con muchas piedras en los zapatos que el tiempo o su «omerta de estadista» no le permitieron sacarse.

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