La segunda actuación de la Orquesta Filarmónica de Liverpool volvió a dejar un sabor agridulce a los melómanos donostiarras que, ayer sí, llenaron el Kursaal hasta la bandera. Era de esperar, con un programa dedicado a Chopin y a Mahler. El «Concierto para piano» nº2 del polaco nos dio la oportunidad de descubrir en Donostia a una joven pianista china de la que se vienen oyendo muy buenas cosas en los últimos años, Sa Chen. Poseedora de una técnica depuradísima, ofreció una interpretación en la que se pudo escuchar hasta la última coma escrita en la partitura, con un sobresaliente trabajo en lo referente a la sonoridad, planos bien definidos, el pedal necesario en cada momento y una pulsación brillante sin caer nunca en la aridez. Técnicamente no hay nada que objetar a su actuación, pero, ¿qué se puede decir de su interpretación? Hace unos años alguien la habría tachado de «fría» o «mecánica», pues su falta de sentimentalismo fue notable, más preocupada por transmitir en todo su esplendor la belleza que emana de la partitura de Chopin que en expresarse ella misma como individuo. Cada vez estamos más acostumbrados a este tipo de interpretaciones, y yo he descubierto que las disfruto muchísimo. La época en que un pianista tenía que bajar hasta los confines de su alma para tocar a Chopin ha pasado y el público no parece añorarlo demasiado.

Si Chen dejó una grata impresión, la Orquesta Filarmónica de Liverpool, desde luego, no. Espero que el nivel que ha mostrado en Donostia sea debido al sopor estival, porque, como sea así todo el año, van listos en Liverpool. ¿Es posible desafinar más de lo que lo hicieron ellos en el tercer movimiento de la «Cuarta» de Mahler? Fueron tantos los problemas orquestales, y en todas las secciones de la orquesta, que sólo se puede decir que esta formación, que tiene a sus espaldas un legado discográfico no extraordinario pero sí digno, está en una situación bastante crítica. Petrenko no pudo hacer gran cosa con estos mimbres, a pesar de que lo intentó, rubato tras rubato, a los que la orquesta no respondía. En cualquier caso, su visión de la «Cuarta» de Mahler sólo se puede definir como un exotismo eslavo.