Con el segundo concierto de la Orquesta Nacional de Rusia uno sí tuvo la impresión de que aprendía algo sobre música rusa, objetivo de esta edición de la Quincena. El programa incluía obras muy poco frecuentes de Rimsky-Korsakov y Rachmaninov. Del primero, tres suites orquestales procedentes de otras tantas óperas, escritas entre 1880 y 1907. Suites que, por su variedad, son un buen resumen de los estilos, puntos fuertes y débiles y las novedades que desarrolló a lo largo de su vida un autor que, guste más o guste menos, fue sin duda un nombre fundamental en la evolución de la música rusa.

La segunda parte nos trajo el inusual ciclo de canciones titulado«Las campanas», de Rachmaninov, una composición notable que no se interpreta más a menudo seguramente por razones logísticas, pues requiere de un gran coro y tres cantantes solistas para algo menos de tres cuartos de hora de partitura. El Orfeón Donostiarra, que tuvo la parte del león, realizó una labor muchísimo más fina que en su anterior actuación con el Mariinsky. Su cometido requiere más volumen que sutilidades expresivas, y supieron dar los decibelios necesarios sin que el bello color vocal se desvirtuase. Entre los solistas destacó una Ekaterina Scherbachenko que, además de una voz preciosa, impregnó su actuación de la amargura y el punto decadente que requerían letra y música. La Nacional Rusa y Pletnev se mantuvieron en sus habituales niveles de calidad; es decir, sobresalientes.