Efectivamente, este verano ha sido diferente de los anteriores
Patxi López se colgó del cuello un pañuelico azul el miércoles y se hizo acompañar de alguien tan poco festivo como el consejero de Interior, Rodolfo Ares, para lanzar el mensaje de que este verano está siendo muy distinto a los anteriores y que las fiestas de verano están transcurriendo de modo bien diferente desde que tomó Ajuria Enea e implantó la llamada «tolerancia cero». Como el sentido de la inoportunidad -o del ridículo- a veces no tiene límites, fue a ensalzar la «normalidad» justo el día en que el vacío se hacía en el recinto de las txosnas, proporcionando una fotografía histórica y un buen elemento de reflexión.
Ahora que setiembre llama ya a la puerta, habrá que conceder a Patxi López que sí, que este verano no ha sido como los anteriores. Empezando por lo que quizás sea menos trascendente, por esas fiestas populares en las que afirma haber advertido cambios de calado. Efectivamente, nunca se produjo una respuesta social tan contundente e inequívoca como la dada por las peñas de Iruñea y las comparsas de Bilbo a los ataques sufridos. Agresiones que en su mayor parte se derivan de esa política de «tolerancia cero» que en realidad sería más acertado definir como «intolerancia infinita». Una política que el año pasado se tradujo en castigos a las comparsas Kaskagorri y Txori Barrote, en querellas contra las peñas Armonía Txantreana y San Fermín, en la incautación de elementos festivos como un coche para el paseíllo y una pancarta utilizados por los blusas y neskas de Gasteiz, en la brutal carga de Gernika, en el proceso judicial por el cohete de Berriozar...
El tiempo ha evidenciado la dimensión sólo mediática, ni siquiera jurídica, de todos esos episodios. Y este verano ha confirmado la derrota ideológica y social de Patxi López y Rodolfo Ares y quienes, como Yolanda Barcina, imitaron esa absurda carrera: sólo han logrado una movilización popular unánime en su contra.
Comparsas y peñas, la masa crítica existe
Ante situaciones tan contundentes como el plante de las txosnas del miércoles, que cambió la cara a Aste Nagusia de Bilbo, varios profesionales de la política han sucumbido a la habitual tentación de tratar de criminalizar a los autores de la protesta. La portavoz del PP en Bilbo, Cristina Ruiz, por ejemplo, situaba a las comparsas «a las órdenes de Batasuna».
Al margen de que flaco favor hace a su causa el representante político que regala tales méritos a su rival más extremo, lo cierto es que intentar ligar a todos los peñistas de Iruñea o los comparseros de Bilbo con la izquierda abertzale es una solemne tontería. Entre ellos conviven todo tipo de procedencias, profesiones, edades e ideologías. A los comparseros, peñistas... les une otra cosa: una actitud insumisa, desobediente, contra quienes quieren imponer un determinado modo de pensar -el unionista español-, intentan ocultar realidades -la existencia de los presos políticos vascos- y aspiran a controlar mediante la represión cualquier actividad festiva -autónoma y autoorganizada por naturaleza y por historia en Euskal Herria-.
Todos ellos no son de Batasuna, evidentemente, pero su actitud sí tiene una proyección política. Las protestas de Iruñea o Bilbo demuestran que en la calle la capacidad de acción y la distribución de fuerzas son muy diferentes a las reflejadas en las instituciones, y mucho más aún después de la enorme tergiversación derivada de la Ley de Partidos. Refleja que en ciertos temas, cargados de razón, no es difícil conseguir unanimidades sociales. Y, en fin, que a pie de calle es factible formar mayorías populares en torno a demandas claramente asentadas en la sociedad, en diferentes capas consecutivas: por el diálogo y la solución primero, por el derecho a decidir después, por la independencia en último término.
Discursos dobles que hay que ir centrando
Pero este verano ha sido diferente también por cuestiones que a muchos, entre ellos el propio Patxi López, les cuesta reconocer. Por ejemplo, la ausencia de atentados de ETA, una circunstancia que sólo se había producido en periodos de alto el fuego como 1999 ó 2006. Resulta algo sonrojante ver el empeño del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, en vender a la opinión pública española que la organización armada «no ha puesto ninguna bomba, ni grande ni pequeña, porque no ha podido, porque no le hemos dejado».
En paralelo, se ha visto cómo los partidos ensayan curiosos ejercicios de «desdoblamiento» de discurso, evidenciando que saben que el escenario de hoy puede cambiar mañana. Así, en el PSOE Rubalcaba y López sigue en el bloqueo de hoy mientras Eguiguren dibuja un mañana de apertura; en el PP hacen otro tanto Dolores de Cospedal y, tímidamente, Antonio Basagoiti; en el PNV, es Iñigo Urkullu quien se queda en la trinchera y Joseba Egibar el que sale a campo abierto a veces; y en Aralar, Txentxo Jiménez destaca los obstáculos actuales y Patxi Zabaleta recrea las ilusiones del futuro. Sólo en formaciones con una línea fijamente marcada, estratégica, como la izquierda abertzale y EA, aparecen mensajes únicos, seguros y reiterados. Y, además, la voluntad de tratar de mover al resto, aunque para eso harán falta hechos que desencadenen efectos dominó y masas sociales que se organicen y empujen.