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EL CORREO Manuel Alcántara 2010/8/27

Corresponsales en el infierno

Los 33 mineros atrapados en Chile, al pie de la mina San José, en el campamento de la Esperanza, siguen mandando noticias suyas al sur de las raíces. «Sáquennos de este infierno», suplican, mientras los equipos de salvamento abren otra vía de comunicación para enviarles agua, comida y oxígeno comprimido. (...) mientras sus familias se han instalado en tenderetes, con imágenes de los santos más influyentes y las Vírgenes más milagrosas. El presidente chileno, sin duda para no desanimarles, no les ha dicho todavía lo que ya saben sus compatriotas que siguen siendo terrestres: los sepultados deberán esperar al menos tres meses hasta que puedan comprobar que el sol sale para todos.

En las comunes desventuras se reconcilian los ánimos, dice Cervantes, que llegó a comprenderlo todo, pero que nunca estuvo atrapado a 700 metros de profundidad, o sea, en una sucursal del infierno. Que nadie les pregunte por él a los que están allí. De pequeños, unos dómines enlutados nos amenazaban con él. Luego, Jean Paul Sastre nos dijo que el infierno eran los otros. Posteriormente el Papa Juan Pablo II nos aclaró por fin que el infierno no es «un lugar físico». Parece que ninguno estaba en posesión de la verdad completa, ya que ese lugar horrible se encuentra aquí. En este planeta llamado Tierra. Y debajo de ella.

Chile está desde siempre sacudido por los movimientos sísmicos más bruscos. Es como un tahalí entre el mar y la cordillera. Los chilenos, que son muy valientes, les llaman «temblorcitos». Pablo Neruda me explicó lo que él consideraba «lo más genital de lo terrestre», cuando yo estuve allí, hace cuarenta y muchos años. El mundo puede ser terrible y el azar y el destino carecen de conciencia.

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