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Análisis | Proceso irlandés

La política del norte de Irlanda, marcada por las altas temperaturas

Pocos son los que apuestan por una vuelta al pasado, menos teniendo en cuenta el déficit ideológico de los disidentes republicanos. Sin embargo, la capacidad disidente para seguir atentando y en el futuro provocar alguna víctima mortal sigue ahí presente.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

El autor hace un repaso de la situación en el norte de Irlanda, tras un verano caliente y marcado por las provocaciones de las marchas orangistas y la actividad de los microgrupos disidentes republicanos, sin olvidar su creciente capacidad militar.

Los meses de verano en el norte de Irlanda suelen estar protagonizados por la tensión y los enfrentamientos, muchas veces en torno a las provocativas marchas orangistas. Sin embargo, en los últimos años las tensiones parecían haber disminuido, y nuevamente estas semanas se han vivido escenas que a muchos recordaban los tiempos más duros del conflicto. Enfrentamientos con la Policía, atentados de los grupos disidentes republicanos, tensiones en los grupos paramilitares lealistas y crisis política en los principales partidos unionistas han sido algunas de las características de este verano.

La multitud de marchas orangistas alcanza su cénit en los meses de julio y agosto, y si bien es cierto que la mayor parte de ellas ha transcurrido sin incidentes, la obstinación de algunos orangistas por atravesar barrios nacionalistas, a pesar del rechazo que ello genera, ha desencadenado los disturbios de julio en Ardoyne y en otras zonas de los seis condados.

Los sectores más reaccionarios de la Orden de Orange han venido rechazando cualquier fórmula negociadora y desde hace algún tiempo se han constituido como una de las voces más acordes con las posturas del pasado unionista y de claro rechazo al conjunto del proceso de paz iniciado hace varios años.

La actividad de los microgrupos disidentes republicanos también ha protagonizado buena parte del verano. Como bien señalaba recientemente un dirigente republicano, nos encontramos cada vez más cerca de una sopa de letras, de una especie de «IRA alfabético» -recientemente una nueva escisión se ha producido dentro del Republican Sinn Féin y del CIRA, dando lugar a la aparición de nuevas organizaciones como el Real Sinn Féin-, que si bien tienen en su seno a militantes republicanos, lo cierto es que buena parte de su militancia está asociada a labores antisociales e incluso ha utilizado algunas bandas de delincuentes para los disturbios de estas semanas.

La mayor parte de esas miniorganizaciones remarca su postura central en torno al lema «Fuera los británicos de Irlanda», pero muestra un importante déficit ideológico a la hora de plasmar cualquier alternativa al movimiento republicano. Fruto de ello es el escaso apoyo que tienen en la comunidad que dicen representar, y en sus discursos se observa que su mayor obsesión es atacar la política del Sinn Féin.

Su escasa presencia entre los nacionalistas les ha impedido presentarse a las elecciones en la mayor parte de los casos, y cuando lo han hecho, su postura es claramente «contra el SF». No obstante, y si bien en el pasado su capacidad militar también era débil -sobre todo si la comparamos con el IRA-, y todo hacía apuntar a que la presencia de miembros infiltrados de la seguridad británica era un hecho palpable, las cosas parecen haber cambiado.

La sucesión de ataques en diferentes lugares -Derry, Bangor, Kilkeel, Lurgan-, el uso de distintas técnicas -pipe-bombs, coches bomba, bombas lapa-, y sobre todo el manejo de información muy detallada sobre algunos de sus objetivos y la utilización de nueva tecnología en sus artefactos, han hecho que se alcen algunas voces señalando el cambio producido. Pocos son los que apuestan por una vuelta al pasado, ya que la mayor parte de la comunidad nacionalista ha manifestado su rechazo ante tal idea, sin embargo la capacidad disidente para seguir atentando y en el futuro provocar alguna víctima mortal está ahí presente.

Las conferencias anuales de laboristas (en setiembre) y conservadores (del 3 al 6 de octubre en Birmingham) están siendo situadas entre los objetivos potenciales de los disidentes, así como algún ataque en Inglaterra. Paralelamente, en torno a ese microcosmos se han sucedido también noticias relacionadas con negociaciones o contactos. El emplazamiento de Gerry Adams a mantener conversaciones, las supuestas vías abiertas por Londres o la mediación de instituciones extranjeras en el conflicto de las prisiones son ejemplos de todo ello. La respuesta de los disidentes ha sido variada, desde el rechazo absoluto hasta aquellos que no ven con malos ojos esas propuestas -tal vez intentando demostrar su reconocimiento como agentes-.

Finalmente, en torno a los incidentes y las posturas de los disidentes conviene resaltar el papel que los elementos antisociales están desempeñando y el doble rasero que esas organizaciones estarían aplicando. La presencia de miembros de bandas de delincuentes en los incidentes ha quedado demostrada por el rechazo que ha generado dentro de la propia comunidad nacionalista, lo que ha movido a algunos miembros de la disidencia a reconsiderar sus posturas, e incluso a actuar violentamente en operaciones de castigo contra dichas bandas.

La situación que se vive en algunos barrios nacionalistas es preocupante, pues esas bandas operan con total impunidad, poniendo en peligro las vidas de sus vecinos e incluso atacando a los mismos violentamente. Aprovechándose del proceso de paz y la imposibilidad republicana para aplicar fórmulas del pasado, y unido a la desconfianza que todavía genera la Policía de PSNI, grupos como el IBA de St. James han amenazado a dirigentes locales del Sinn Féin, se han mofado de los disidentes, han realizado pintadas insultantes sobre las tumbas de los huelguistas de hambre e incluso han repartido listas de sus vecinos en los barrios lealistas.

Desde el movimiento republicano -que ha sufrido la violencia y la muerte de algún miembro a manos de esas bandas- se señala la necesidad de abordar el problema de forma local y buscar salidas de integración para la juventud, buena parte de la cual apenas ha conocido el conflicto en su manifestación más dura.

Tampoco bajan las aguas tranquilas en la familia unionista-lealista. La fotografía de ese sector de la sociedad refleja una y otra vez las diferentes posturas y las contradicciones que durante muchos años han mantenido los diferentes protagonistas del mismo. La crisis del UUP, otrora mayoritario, y hoy en día en caída libre y sin freno. Su alianza con los conservadores no ha tenido los resultados deseados, perdiendo sus parlamentarios en Londres y superado claramente por el DUP. Todo ello ha desembocado en un nuevo cambio de la dirección que debería materializarse en setiembre y que probablemente servirá para acentuar las divisiones internas y acrecentar la crisis de un partido «del pasado».

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