Saber asumir la muerte también forma parte de la vida
Reflexionar sobre la muerte para «vivir mejor» ha sido el objetivo del curso «Acerca de la muerte» celebrado en el marco de los Cursos de Verano de la UPV-EHU en agosto. Un tema «intocable», que lleva a supersticiosos a «tocar madera». Pero nadie escapa de ella.
Joseba VIVANCO
Los muertos gobiernan a los vivos», reflexionaba el filósofo francés Auguste Comte. Y es que por mucho que Federico García Lorca dijera aquello de que «como no me he preocupado de nacer, no me preocupo de morir», el final de la vida está presente en el ser humano a lo largo de toda ella. En la capital donostiarra hablaron sobre ello en agosto, en el marco de los Cursos de Verano de la UPV-EHU, y allí se escucharon alusiones no sólo sobre cómo morir sino cómo aprender a sufrir. «El sufrimiento forma parte de la vida», recordó el sicólogo y sicoterapeuta Roberto Álvarez Gómez, para quien «el problema de la sicología del siglo XXI es que se quiere negar el sufrimiento».
Ante una muerte o pérdida de un familiar se produce el duelo. Aquí intervienen factores culturales o de la propia personalidad que determinan cómo cada individuo afronta los acontecimientos dramáticos. «De pronto la seguridad de la persona se ve amenazada y se pregunta: ¿Qué sentido tiene vivir?», expone. El conflicto, asegura este experto, es no saber cómo actuar ante el trauma y pueden aparecer mecanismos como la ansiedad o la depresión. Así, señala que «la emoción básica es la tristeza y soportar que nunca nada será igual».
Cuando se produce una pérdida familiar traumática y repentina, «los sentimientos quedan en el interior y resulta difícil exteriorizar nada. La negación del sentimiento es otro mecanismo natural de defensa, aunque el estancamiento en esta fase del duelo provoca aislamiento, impotencia y agresividad», considera.
Como principio general, el sicólogo aclara que «hay que ayudar a que la persona se haga cargo de su dolor». El duelo es algo natural, humano y necesario, dice. «Comprender y reconocer el sufrimiento ofrece una posibilidad a la persona», insiste. La rabia o la agresividad son también mecanismos de defensa que desplazan el sufrimiento sano. El experto recalca que no hacer resistencia, dejarlo fluir o rendirse ante lo inevitable ayudan a no hacer el dolor y el sufrimiento más grande. El sentimiento de pérdida se debe aceptar «viviendo por homenaje al ser querido» y muriendo «con sentido».
Pero sobre la muerte y sus circunstancias sabe mucho otro de los invitados al curso, Marcos Gómez, de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital Doctor Negrín de Las Palmas. 16.000 muertos ya a sus espaldas y aún no se acostumbra del todo. Afirma rotundamente que es falaz que los médicos no se impliquen y se muestren fríos ante la muerte. «Los facultativos también sufren con los enfermos porque son humanos», defiende a sus colegas.
Morir, «única forma de descansar»
Con toda esta experiencia, el doctor Gómez sabe lo que dice. «Lo más importante es facilitarle la agonía al enfermo, que bastante tiene con su sufrimiento. Hay que interesarse por sus necesidades religiosas y espirituales, y también hay que escuchar sus últimos deseos», insiste, sin olvidar el error que supone posponer la reunión con la familia hasta el momento crucial, porque para entonces, asegura, aparecen el estrés, el shock y otro tipo de contrariedades que dificultan analizar la situación con la debida calma.
«Los familiares deben autorizar al enfermo a morir», tiene claro. Ha conocido casos en los que éste había aceptado su muerte con naturalidad y los familiares aún seguían en fase de negación. Y no duda en defender la presencia de la familia junto al enfermo cuantas veces crea. Al fin y al cabo, en sus últimos días, necesita menos a los médicos que a los familiares, «por razones obvias».
Respecto al propio moribundo, Marcos Gómez reconoce que éste pide bien poco: «Una mano amiga a su vera». Hasta cierto punto, el enfermo es quien decide cuando morirse. Intenta buscar su momento de paz en esos últimos días.
Siempre se dice que no hay cosa más triste que morir solo, sin nadie que simbólicamente recoja el testigo. Y sin embargo, el ponente cree que tampoco hay que abrumar al paciente con miles de visitas interminables de gente que aparece por compromiso.
A su juicio, hay que buscar el equilibrio entre «la miseria de morir solo y la miseria de no tener el espacio necesario para morir». Y es que, se apresura a apuntillar, «morir requiere su intimidad».
El enfermo sabe que los demás no sabemos nada de lo que está padeciendo. «Ahora es él quien lo sabe todo, no el médico». No vale, pues, el paternalismo ni la empatía falsa. «Hay que aceptar que no podemos entender ni saber por lo que está pasando, por mucho que lo intentemos». Después de toda una vida trabajando entre enfermos terminales, el doctor Gómez no duda: «A veces la muerte es verdaderamente la única forma de descansar».
En definitiva, que «si alguna estación tiene el viaje de la vida es la muerte», subraya como colofón el doctor Gómez, quien cree positivo interiorizar que el tiempo en la tierra es «limitado» y que cuanto mejor uso se haga de él, la vida será «más completa y feliz», porque «lo urgente no eclipsará lo importante».