Los Koch, una saga familiar que mira la vida a través de un objetivo
Miembro de una saga familiar en la que los flashes y los negativos eran el pan de cada día, el fotógrafo Sigfrido Koch observaba y entendía el mundo a través de un objetivo. «Instantes atrapados», la exposición que se inaugura hoy en la sala Kutxa Boulevard de Donostia, ha reunido las fotografías de doce miembros de su familia, para rendir homenaje al mismo Sigfrido, el «poeta de la imagen». La muestra podrá verse hasta el próximo 12 de octubre.
Oihane LARRETXEA |
Los doce fotógrafos y fotógrafas que reúne la exposición «Instantes atrapados» comparten apellido, Koch, pero, sobre todo, pasión por la fotografía. La muestra que se abre hoy al público en la Sala Kutxa Boulevard de Donostia (permanecerá abierta hasta el próximo 12 de octubre), busca ser un homenaje de uno de sus miembros más significativos, Sigfrido Koch Arruti (1936-1992, Donostia). A través de las más de cien imágenes que cuelgan de las paredes, el espectador se sumergerá no sólo en su amplio trabajo, sino en el legado de toda una saga familiar que observaba la vida a través de la cámara. Hoy, las generaciones actuales han recogido el testigo dando continuidad a una historia que comenzó allá por 1879.
Según explicó el también fotógrafo Juantxo Egaña, comisario de «Instantes atrapados», lo significativo de esta iniciativa es que son los trabajos de los propios miembros de la familia quienes rinden tributo a Sigfrido Koch. «Las imágenes de Sigfrido muestran la vida a través de un punto de vista pictórico. Ya sean los lugares, los paisajes, las personas...todas hablan de nuestro entorno y, en definitva, de nuestro pueblo». Entre los paisajes destaca la presencia de la naturaleza, pues «se sentía muy vinculado a ella», aseguró una de sus hijas, Edurne Koch. Además de Nafarroa, lugar al que estuvo muy unido, aparecen los caseríos de entonces, sumergidos de un entorno nuboso y oscuro: «Él entendía así la vida del baserritarra; es decir, como una vida sufrida y muy sacrificada -explicó Egaña-. Así, las nubes cerradas representan el peso que suponen las labores de la casa».
La muestra se divide en tres salas; en cada una de ellas se agrupan las diferentes generaciones. En la planta 0, se congrega una colección de 45 fotos del mismo homenajeado. Recorrer la sala es hacer un viaje en su carrera como fotográfo y su evolución como artista salta a la vista. Desgraciadamente, dado el espacio, lo que se muestra es una mínima parte del total existente. «La elección fue una tarea realmente difícil -añadió Edurne Koch-. ¡Imagínate, escoger sólo 45 fotográfias de un archivo de más de 3.00o!».
Ya en la década de los 70, las imágenes retratan los mencionados paisajes de Euskal Herria, mujeres de Nafarroa, o personas con profesiones muy arraigadas a nuestra tierra como las rederas, los remeros o los pelotaris; pero cabe destacar, asimismo, la colección de retratos que realizó a importantes personajes de nuestra cultura como Jorge Oteiza, Eduardo Chillida, Pío Baroja, Nestor Basterretxea o Joxemiel Barandiaran.
Siguendo con el itinerario, en la primera planta se han recopilado múltiples imágenes relacionadas con Willy Koch Schöneweiss, el primer miembro de la saga, así como del resto de hermanos y sobrinos de la familia, entre los que se encuentran Pablo Koch Bengoetxea, Carmen Koch y Alberto Schommer Koch. El homenaje lo cierran, por último, las fotografías de las jóvenes generaciones, como son las hijas de Sigfrido -Edurne y Nagore-, así como Marco Bialon Koch, de 17 años y biznieto de Willy Koch Schöneweiss.
Con la exposición ya montada, Edurne admitió que en un principio no le convencía la idea, porque no quería que pareciera una exposición familiar. «Pero luego -prosiguió-, estuve dándole vueltas y lo planteamos como un homenaje a nuestro aita, ubicando las fotografías de manera que contaran una historia». Para la familia, las fotos de Sigfrido hablan sobre su gran pasión y «demuestran que la vida puede observarse desde otra perspectiva».
Cuestión de genes
Para contar la historia de esta familia se debe echar la vista atrás. Antes de que finalizase el siglo XIX, Willy Koch (1879, Ohglis, Alemania) trabajaba en el estudio del Boulevard donostiarra del fotógrafo Resines. Willy fue, precisamente, uno de los pioneros de las nuevas tendencias y uno de los precursores del pictorialismo. De su matrimonio nacieron cuatro hijos: Carmen, Willy, Sigfrido y Pablo, quienes regentaron una tienda en la Avenida de la Libertad, convirtiéndose en uno de los estudios fotográficos más famosos de Euskal Herria.
En 1936, la familia fue evacuada a Alemania, aunque los hermanos Pablo, Willy y Sigfrido consiguieron reunirse en Donostia. Su tío Willy sería uno de los fundadores de Zinemaldia. Sigfrido Koch Arruti nació en Donostia en 1936 y su formación le llevó a recorrer los talleres más importantes de su época mientras al mismo tiempo, recibía de su padre el toque artístico familiar.
Pero hay otras «ramas Koch». En 1917, huyendo de la guerra europea, llegaba a la capital guipuzcoana Alberto Schommer Koch (padre del conocido fotógrafo Alberto Schommer, presente también ayer en la presentación de la exposición). Esta parte de la familia se trasladaría a Gasteiz. Y otra generación del mismo tronco es la de Willy Koch Louveli, hijo de Pablo Koch Bengoetxea, así como Justy García Koch, quien hoy en día trabaja como fotoperiodista. También dos de las cuatro hijas de Sigfrido, Edurne y Nagore, han seguido los pasos de su padre. Por último, el joven Marco Bialon Koch cierra, por el momento, el largo recorrido de esta familia de artistas.
«Antes de que sacara las fotos, nosotras ya intuíamos cuál era la instantánea que el aita quería atrapar», aseguró Larraitz Koch, una de las hijas de Sigfrido Koch. Para las cuatro hijas del fotógrafo, mirar la exposición supone hacer un viaje por el pasado, y recordar, al mismo tiempo, su infancia.
«Mira, esta fotografía está tomada en San Telmo», dice Larraitz. «¡Cuántas veces le llevó el aitona a visitar el museo! Le gustaba mucho». Y claro, de estas continuas visitas, Sigfrido Koch heredó la misma constumbre, por lo que San Telmo se convirtió, para las cuatro hermanas, en un lugar muy familiar. «También nos llevaba de excursión, al monte, o a donde fuera, y en esas salidas aprendimos a entender la fotografía», agrega Edurne. Según cuentan, aprendieron a perseguir la luz: «Si veíamos el cielo de una manera determinada, sabíamos que iba a haber tormenta y, en consecuencia, que justo después habría la luz que necesitábamos». Eran entonces unas niñas y la fotografía, que era para ellas «algo natural que habíamos vivido desde siempre», era un juego.
En muchas fotografías Sigfrido las hacía partícipes y les mandaba pintar piedras o recoger las hojas más bonitas. «Recuerdo que nos daba caramelos -explica Edurne-, y él se quedaba con el envoltorio para construir después una imagen».
En la actualidad, Edurne y Nagore son las únicas que han tomado el relevo a su padre. «Cuando murió éramos muy jóvenes: la menor tenía 14, yo por aquel entonces no sabía qué quería hacer -explica Edurne-. Una amiga me prestó una cámara y comencé a fotografiar sin decírselo a nadie. Hasta hoy, aunque el proceso fue algo natural, que surgió siguiendo mi intuición». Nagore lo tuvo más claro desde el principio y aprovechó la ocasión de estudiar en Barcelona. O.L.