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Murakami planta sus budas y sus flores en la casa del Rey Sol

Primero fue la langosta gigante de Jeff Koons, en 2008. Ahora, al histórico palacio de Versalles le toca acoger a los estrambóticos budas, a las composiciones florales de colores ácidos y a los descarados monstruos creados por el artista japonés Takashi Murakami. La exposición del conocido como «Warhol japonés», cuyas obras pudieron verse en el Guggenheim bilbaino a principios del año pasado, se abre mañana al público, con polémica incluida.

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P. MOLLARD-CHENEBENOIT-AFP | VERSALLES

«Estoy muy contento con el resultado», reconocía a la prensa Takashi Murakami, mientras supervisaba los últimos preparativos de esta exposición que, hasta el 12 de diciembre, mostrará 22 obras, la mayoría esculturas, distribuidas entre las estancias reales y el jardín. La mitad de ellas son inéditas, además. Sin embargo, reconocía que la perspectiva de la inauguración oficial -prevista para anoche- le ponía «algo nervioso». Contrariamente a su «anfitrión» Luis XIV, parece que al artista japonés no le gusta demasiado la fiesta.

Capital no oficial del reino francés desde mayo de 1682 (cuando el rey Luis XIV trasladó el tribunal y el gobierno permanentemente a Versalles) hasta setiembre de 1715 (tras la muerte del conocido como el Rey Sol), este rico suburbio parisino acoge el mundialmente famoso palacio, antigua sede de la corte real y, actualmente, un lugar a visitar inevitablemente cuando uno se acerca a París.

Un japonés en la corte

En Versalles, Murakami ha querido ser como el misterioso gato de «Alicia en el país de las maravillas», que aparece y desaparece para mostrarnos finalmente una gran sonrisa. «Para nosotros, los japoneses, Versalles no tiene nada que ver con nuestra cultura. He querido crear el efecto contrario, para que los occidentales sientan como si sufrieran un cambio de escenario», dice, con los ojos entornados.

Un Buda oval de más de cinco metros domina los jardines de Le Nôtre. Por un lado, muestra un rostro meditabundo, con una barba de chivo que recuerda a la de su creador. Por el otro, es poco atractivo, con dientes de tiburón. «Oval Buddha Silver», su réplica en plata y de tamaño más pequeño, se encuentra en el Salón de la Abundancia.

Las flores, tan queridas por el artista, dan un toque de alegría al palacio con sus colores brillantes. En el Salón de los Espejos, «Flower Matango», de tres metros de altura, se despliega como si fuera una especie de monstruo floral. Directamente inspirada en los mangas, la rubia «Miss Ko», con su minifalda y su delantal de camarera, ha sido instalada en el Salón de la Guerra. En Japón, es el símbolo de una cadena de comida rápida. En la Sala Sagrada, un emperador, con una minúscula barba y una ridícula corona, reflexiona sobre el poder.

Takashi Murakami tiene el don de la caricatura. «Pom and Me» (2009) es un autorretrato con su perro. «Representa el artista que, en la tradición japonesa, se encuentra en la parte más baja de la escala social», explica Murakami.

Jean-Jacques Aillagon, director del palacio, se muestra convencido de que el estilo de Murakami y el recargado del palacio coexisten bien, aunque las críticas contra la exposición no han cesado desde que se anunció en junio pasado. «La reunión entre ambos mundos va muy bien. Es muy estimulante», explica. La exposición, que cuesta 2,5 millones de euros, ha sido financiada principalmente con dinero de Qatar.

Nombre internacional

Artista perfeccionista y negociante con buen ojo, el japonés Takashi Murakami, de 48 años, ha desarrollado un estilo en el que se mezclan la cultura manga y el arte pop; un universo propio que le ha llevado a ser considerado como uno de los artistas más cotizados a nivel mundial de la actualidad. Elitista y populista a la vez, Murakami crea obras únicas muy trabajadas, que son «perseguidas» por los grandes coleccionistas. Sus obras se exponen en los grandes museos, como en los Guggenheim de Nueva York y Bilbo, que el pasado año le dedicaron una amplia retrospectiva.

Hijo de un taxista, a Murakami su madre le ayudó a descubrir los museos. En 1988, se matriculó en la Universidad de Bellas Artes y Música de Tokio, donde se interesó especialmente por la pintura Nihon-ga, de finales del siglo XIX, ya que buscaba hacer la síntesis entre el arte japonés y sus influencias occidentales.

Tras graduarse en 1993, se instaló en Nueva York con una beca y se impregnó del arte pop. A su regreso a Japón, se sumergió en el mundo de los otaku, los jóvenes japoneses pegados a sus ordenadores, adictos al manga y videojuegos.

Murakami, que lleva un moño, una fina barba y gafitas redondas, ha creado sus propios héroes. Están Mr. Dob, su doble; Kaikai, un pequeño monstruo blanco de largas orejas; y Kiki, de color rosa, con orejas pequeñas, pero ojos y dientes bien amenazantes.

PROTESTAS

La muestra no ha gustado a los tradicionalistas, que han recogido en internet 4.300 firmas en la página «Versailles mon amour». Hay convocada una protesta para mañana ante las puertas del palacio con los «objetos de arte» que se encuentren por ahí, como «bidets y báteres».

CENSURADAS

«Hiropon» (nombre de una droga usada por kamikazes), basada en los mangas pornográficos y que representa a una joven con los pechos que rebosan leche, y su compañero, «My Lonesone cowboy», un joven rubio cuyo esperma brota como un lazo (vendido por 13,5 millones de dólares) no están en Versalles. Los organizadores no las consideraron «convenientes».

POPULAR

Murakami es un adicto al trabajo, que realiza con la ayuda de sus numerosos asistentes, aunque le gusta controlarlo todo. Es pintor ante todo, aunque de su factoría salen esculturas y dibujos animados. Todo ello en numerosas ediciones, firmadas o no, con numerosos productos derivados, porque, para él, el arte siempre tiene que ser accesible.

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