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Raimundo Fitero

El acento

No siempre se acierta con el acento. Rafa Nadal es una figura mundial, un icono, un joven que se ha ganado un lugar en la agenda de los anunciantes y publicistas por su trabajo en el gimnasio, las pistas de entrenamiento y por su capacidad competitiva. Ha ganado muchos campeonatos, muchas medallas, muchas copas, mucho dinero. Son cinco años de éxitos con sus lógicas caídas de rendimiento porque parece llevar su cuerpo al límite y eso se paga. Lo que sucede en estos momentos es lo hiperbólico del acento que ponen los medios de comunicación en ensalzarlo, en colocarlo mucho más allá de lo que él mismo admite. En este sentido es un joven educado, con la cabeza bastante bien asentada, sin soberbia, con un toque de normalidad que lo engrandece, pero los periodistas, los medios, le quieren convertir en el mejor, y es en ese acento donde chirría el asunto.

El acento que por ejemplo colocan el equipo forense habitual que tiene Tele 5 para acercarse a un príncipe, a un delincuente o a un ejemplar cualquiera de la fauna televisiva más depredadora y hacer con su honor, sus vísceras o su mondongo una amalgama funcional. Da lo mismo lo que sea en términos sociales, políticos o folclóricos ellos sobreactúan, dicen la imbecilidad más supina como si se tratara del descubrimiento más importante para la historia de la geometría o la ingeniería genética. Es un acento circunflejo que se convierte en un estilo, en un mensaje, en una ideología. Les da carácter, penetración, uniformidad y por extensión les condiciona y convierte todo cuanto tocan en una mercancía sobrevalorada, en algo de categoría política.

Lo que hay que analizar son las extrañas razones por las que este sistema de mediación se ha convertido en una religión que crea adictos y sectarios de tal índole que cualquier melonada que se les ocurre se convierta en un plato muy consumido. Esta conexión telúrica con los bajos instintos de uno millones de telespectadores es lo que asusta, no tanto el acento que ponen en resaltar lo morboso, lo de más baja estofa. En ese estadio de entendimiento en una frecuencia caótica es donde se encarama el populismo y la alienación. Dicho sea sin mucho acento.

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