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Xabier Silveira Bertsolaria

Imaginación contra el poder

A nosotros poco o nada del pasado nos va a servir durante mucho tiempo; con un poco de viento a favor puede que nunca nos vuelva a servir, puesto que no hará falta

Es una situación que se da muy a menudo en el Texas Hold'em; llamémoslo póquer, a secas. En un torneo de póquer el croupier reparte y recibimos dos ases, la mejor mano inicial. Cuando llega nuestro turno de apuesta, hacemos una subida, fuerte, con el objetivo de aislar a un solo rival y no tener que enfrentarnos a todos los jugadores de la mesa, debido a que cuanta más carta enfrentada, menor es el valor de nuestra pareja máxima. Y resulta que no sólo conseguimos que todos excepto uno tiren sus naipes, sino que el villano al que buscábamos enfrentarnos resube la apuesta y mete todas sus fichas, All-in. ¿Y ahora qué? Era la situación que estábamos esperando durante hace ya rato, la oportunidad de oro. Es de cajón que debemos pagar y doblar así el stack de fichas. Pero nuestro villano tiene bastantes más fichas que nosotros y bastaría con que un pequeño golpe de mala suerte nos tumbara los ases para caer eliminados y no poder continuar en el torneo. Si añadimos a esta situación que el villano es el padre del croupier, el dueño del casino, hermano de quien cierra con llave las puertas de las cárceles y amigo de quien decide qué ley se cumple y qué ley no, pues lo que es de cajón es que mejor tiramos los ases y suspendemos la manifestación de Bilbo y mañana, si amanecemos, ya veremos lo que hacemos. Buena maniobra, sensata y, a su vez, desconcertante para el enemigo.

Ahora bien, si no jugamos ninguna mano y nos limitamos a tirar nuestras cartas cada vez que alguien apuesta, estamos jodidos. Será cuestión de tiempo caer derrotados, será rendirnos. Teniendo en cuenta todos los factores que rodean la mesa, deberíamos jugar de tal modo que ni siquiera nosotros estemos seguros de tener una mano ganadora, pero haciendo a su vez imposible que nadie de la mesa ni de los de fuera de ella ni por asomo pueda intuir qué cartas llevamos. Es más, debemos jugar con sus cartas, con las del villano. Su juego es obvio, es el de siempre. No olvidemos que es padre del croupier, dueño del casino, hermano de quien cierra con llave las puertas de las cárceles y amigo de quien decide qué ley se cumple y qué ley no. Hace trampas, roba fichas, se inventa reglas... A eso nos enfrentamos. No jugamos una partida normal y corriente. Es una hidra de siete cabezas, por cada una que le cortemos le salen dos. ¿Se las cortamos? ¿Verdad que no?

¡Pues a ver qué hacemos! Ya hemos podido ver que ellos continúan con su estilo de juego, detenciones, intoxicación informativa, cizaña y más leña al fuego. A nosotros poco o nada del pasado nos va a servir durante mucho tiempo; con un poco de viento a favor puede que nunca nos vuelva a servir, puesto que no hará falta. Pero para ello debemos invertir todas las ganas y toda la ilusión del mundo en desarrollar jugadas, trucos, gestos y demás movimientos hasta ahora desconocidos, por inexistentes, que nos lleven a poder enfrentarnos de tal modo que aspiremos no sólo a premios, sino a ganar el torneo. Nada es imposible, a lo sumo improbable. Por eso tiramos los ases y por eso debemos mantener la esperanza sin perder la ambición.

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