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Raúl Ruiz: «Con `Misterios de Lisboa' cierro mi ciclo vital»

«Yo tenía catorce años y no sabía quién era». Así arranca «Misterios de Lisboa», la lujosa superproducción franco-portuguesa, dirigida por el prestigioso cineasta chileno Raúl Ruiz, proyectada ayer a concurso en la Sección Oficial. Amores, venganzas, personajes con doble cara... un torbellino de cuatro horas y 26 minutos de duración, con intermedio incluido.

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Amaia EREÑAGA |

Cansado, pero muy recuperado del cáncer de hígado que le fue diagnosticado el pasado año, y dotado de fino humor y una concisión con la que, en un par de frases, dio la clave sobre su forma de hacer y ver el cine y la vida, el cineasta Raúl Ruiz (Puerto Montt, 1941) presentó «Misterios de Lisboa», una adaptación del clásico de Camino Castelo Branco, con la que, reconoció, «de alguna manera cierro mi ciclo vital», ya que regresa a sus inicios, cuando rodaba telenovelas en México. Este cineasta izquierdista, exiliado a París tras el golpe de estado contra Allende, autor de títulos como «Tres tristes tigres» (1962), hizo hincapié, para los incrédulos, en que el folletinesco no es un género nada sencillo y es «una parte de la cultura popular» que le interesa especialmente. «En los folletines las cosas van de mal en peor, hasta que todo se arregla cuando llega un milagro», ironizó.

De hecho, al leer las novelas que componen la trilogía de «Misterios de Lisboa» «se llora mucho por página». En pleno Romanticismo, en el siglo XIX, Camilio Castelo Branco, de vida tan azarosa como las de sus novelas, narró en «Misterios de Lisboa» la historia del huérfano Pedro de Silva, hijo bastardo de la condesa Ángela de Lima (interpretada por uno de los rostros más conocidos del cine y televisión portugueses, María Joao Bastos) y protegido del padre Piris (Adriano Luz). Son un centro de un apasionante caleidoscopio de personajes enigmáticos, como el propio sacerdote, que esconden oscuras intenciones y pasados turbios: el próspero Alberto de Magalhaes, que saca su dinero del tráfico de esclavos y el corso; o la vengativa aristócrata Elise de Montfort.

Con estos mimbres y muchas historias paralelas más compone una película romántica y épica, protagonizada por emergentes actores franceses y conocidos intérpretes lusos, y concebida junto al productor portugués Paulo Branco, con el que Raúl Ruiz colabora desde hace años. Fruto de esta colaboración fue otra adaptación, la de «En busca del tiempo perdido», de Balzac, filmada en 1999 con Catherine Deneuve y John Malkovich, y que obtuvo numerosos premios. En su longeva carrera -ha rodado del orden de cien películas en treinta años-, Raúl Ruiz ha adaptado a Calderón de la Barca, a Robert Louis Stevenson e incluso a Kafka. Muchos de ellos, dijo ayer, escribían folletines.

Sobre su estilo, el cineasta dio algunas claves: le interesa centrar su mirada en los «elementos al fondo del cuadro; elementos que, de pronto, cobran más importancia que los que están cerca». Algo más: «Me gusta mucho dejar puntos suspensivos; es decir, dejar hilos sueltos, que son completados por los espectadores imaginativos».

Un juego entre lo que se ve y lo que «se divisa o se imagina», historias o películas paralelas que pueden aplicarse incluso a un folletín como «Misterios de Lisboa». No sólo cada personaje tiene su propia historia paralela, sino que incluso el cineasta da distintas opciones al espectador, porque, explicó Raúl Ruiz, tal vez todo lo que sucedió no fue más que producto de la imaginación de un huérfano antes de morir.

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