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CRíTICA zinemaldia

«Misterios de Lisboa», El folletín romántico

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Mikel INSAUSTI I

El cine con mayúsculas ha llegado por fin a la Sección Oficial del 58 Donostia Zinemaldia, como prueba palpable de que nunca hay que descartar antes de tiempo a las viejas vanguardias. Raúl Ruiz presenta una obra magna con aureola de canto del cisne, debido a que durante el rodaje de “Misterios de Lisboa” fue sometido a un transplante de hígado que casi le cuesta la vida. Es posible que tan trágica circunstancia haya influido en el resultado perdurable de esta adaptación de la novela seriada homónima de Camilo Castelo Branco, que ofrece esa pureza terminal que tenían las últimas películas del viejo Rohmer. He de confesar que, al tratarse de una serie producida por Paulo Branco para la televisión portuguesa, esperaba un aburrido novelón de espartana austeridad digital imposible de ver fuera de la programación de los canales culturales. Y no es así, gracias a que sorprende por su elaboradísima planificación y montaje, con una utilización del fuera de campo como no se veía en una pantalla hace mucho.

Frente al tedio que despiertan las convencionales adaptaciones de la novelística decimonónica que dominan por igual el cine europeo y el de Hollywood, Raúl Ruiz propone una profundización en los juegos narrativos de una literatura llena de recovecos en sus desbordantes aventuras e intrigas. El texto portugués que maneja está influenciado por los precedentes francófonos de Balzac y Sue, que el chileno Raúl Ruiz conoce bien a través de los libros de su compatriota Blest Gana. Es una puerta abierta al romanticismo tal como era entendido hace cuatro o cinco décadas por los enfants terribles del underground con Daniel Schmid y Hans-Jürgen Syberberg a la cabeza, o incluso antes por Buñuel. Los desmayos de las damas en los bailes de salón, los criados correteando por los pasillos de puntillas, todo converge en el teatrillo de recortables que sirve de transición entre los distintos episodios, y que se siguen con un creciente interés que permite olvidarse del reloj por unas horas.

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