Elisa K” es una película interesante en su contenido pero del todo discutible en la forma. El matrimonio de cineastas formado por Judith Colell y Jordi Cadena han querido dar un tratamiento diferente a un caso de violación a una menor, pero su adaptación de un relato corto original de Lolita Bosch se queda en poco más de una hora de duración, debido al arriesgado empeño en hacer una miniatura en clave de cine literario, con todos los problemas que una fórmula tan restringida conlleva. La narración es enteramente esclava de una omnipresente voz en off, que se solapa intencionadamente a la información visual y a los diálogos de fondo, con lo que el público recibe el mensaje a lo largo de la película por triplicado. A veces la voz del narrador Ramón Madaula se adelanta a lo que acto seguido dicen los intérpretes, provocando la sensación constante de un molesto eco. El mismo recurso se emplea, por último, para hacer oír los pensamientos de la protagonista, una Aina Clotet que también se expresa a través de su voz en off.

Aina Clotet encarna a la Elisa adulta, dentro de un tiempo presente fotografiado en color. A ella le toca la parte más difícil del personaje, incorporado por la niña Clàudia Pons en el pasado fotografiado en blanco y negro. En la secuencia clave del baño debe transmitir única y exclusivamente a través de la expresión corporal la liberación de la rabia contenida durante tanto tiempo, teniendo en cuenta que el origen infantil del trauma ha sido experimentado ante la cámara por otra actriz. El desdoblamiento interpretativo crea un distanciamiento, casi como si lo vivido antes y después afectara a dos personas distintas. En medio de ambas situaciones queda el vacío de una negación, de una resistencia inconsciente a admitir una agresión sexual en el propio hogar familiar, imposible de comprender para una pequeña que todavía no había cumplido los once años, y que se sentía segura y protegida gracias al holgado nivel socioeconómico de sus padres por separado.