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Raimundo Fitero

El olvido

Apareció en las pantallas absolutamente compungido. Un directivo de un residencia de ancianos se olvidó de dos ancianos en la furgoneta de reparto y recogida y cuando abrió la misma para otro servicio se encontró a los dos hombres de más de ochenta años, muertos. En el olvido, en la soledad, en el terror. Un sufrimiento bastan horrible para dos hombres con demencia senil. Doce horas abandonados en una furgoneta es un homicidio por negligencia, una muestra de la situación en la que son tratados los ancianos en residencias y demás aparcamientos de esos seres que han luchado durante toda su vida, probablemente, para que sus hijos y nietos puedan vivir bastante mejor que él, y ahora lo arrinconan en una residencia, alejados, donde no estorben, condenados al olvido.

Esta noticia nos llega el día que se señala en el calendario de las vindicaciones como para no olvidarse de la enfermedad de Alzheimer, un asunto que nos va cercando, que nos llega por muchas vías, del que tenemos noticias casi a diario y que se ha convertido en un tema para documentales, para creaciones audiovisuales o teatrales, aunque la realidad es bastante más cruel: es una demencia a la que es difícil rodear, un peaje en el camino, y hasta la fecha no parecen existir soluciones, solamente paliativos. Nos hablan de prevenciones, se intenta crear un estado de concienciación social para que se pueda ir detectando las señales de alarma que puedan proporcionar soluciones más eficaces.

Lo que nos tememos es que, como en tantas otras cuestiones, lo que hagan es llevar a muchos hacia la paranoia, a estar demasiado pendientes de los olvidos más habituales que se crean signos claros de la enfermedad y pronto aparecerán los fármacos que aseguren la prevención, el retraso o la desaparición, o sea, el milagro. Estamos ante un asunto que se corresponde directamente con las expectativas de vida, con el alargamiento de la vida de tantas personas en esta parte del mundo, mientras en otros lugares no se puede llegar ni a la adolescencia, la edad de fallecimientos es tan prematura que no hay tiempo para más olvido que el que ejerce el mundo rico que no quiere saber nada de esa realidad.

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