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ZINEMALDIA

Coixet se sirve de pasado y presente para denunciar el drama del mar de Aral

Viejas películas de sombrillas y días de playa que dan paso a imágenes actuales de barcos varados en el desierto. Así comienza el documental de Isabel Coixet, que se ha proyectado en la sección .Doc de Zinemaldia, «Aral. El mar perdido». Un poderoso contraste avisa de la verdadera dimensión de uno de los mayores dramas medioambientales de la Tierra.

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Ana BURGUEÑO (EFE) | DONOSTIA

«Aral. El mar perdido» es un filme de veinticinco minutos, rodado por la directora catalana para la Fundación We Are Water, que cuenta con la colaboración del actor británico Ben Kingsley, narrador de los textos, y del estadounidense Tim Robbins, autor del tema central de la banda sonora. Son dos amigos que se han ofrecido a echar una mano a la realizadora, que dirigió en «Elegy» al primero y, al segundo en «La vida secreta de las palabras».

«No ha habido tanto cálculo en la preparación del documental», aseguró a Efe Coixet, que cree en la solidaridad cuando detrás hay «proyectos concretos», como afirma que ocurre en este caso con We Are Water, una organización de la empresa española Roca que trabaja con la Fundación Vicente Ferrer, Unicef, Educación sin Fronteras y Manos Unidas.

Explica que los fondos que se obtengan con «Aral. El mar perdido» serán empleados en proyectos relacionados con el agua en los que estas ONG están trabajando sobre el terreno, como pozos y depuradoras.

«Las ONG serias están bajando en este momento la basura del mundo. Esto es lo que vale, la gente que sabe hacer cosas», destaca la cineasta, que no cree que ella y sus compañeros estén ejerciendo de embajadores solidarios. «No somos Angelina Jolie que nos ponemos el velo y vamos a Pakistán», añade.

We Are Water le propuso la película y ella eligió el tema, porque la tragedia del Aral le rondaba desde hace tiempo por la cabeza. «Me preguntaba: ¿Cómo es eso de que un mar ha desaparecido? Quería verlo. Y hasta que no estás allí no te das cuenta de lo 'heavy' que es», subraya.

El mar de Aral fue el cuarto lago más grande del mundo, compartido por Uzbekistán y Kazajistán. A él llegaban dos grandes ríos de Asia central, el Syr-daria y el Amu-daria, de cuyas aguas el gigante soviético se sirvió para irrigar campos de algodón que crecían sin control alguno y a los que arrojaban desde el cielo abonos y pesticidas, que siguen teniendo efectos nocivos sobre la población de la zona.

Estos hechos los narra Coixet en su película con un ánimo «didáctico», temerosa además de que llegue un momento en que nadie crea que realmente hubo un mar en lo que ahora es un desierto.

Coixet, al igual que hizo Ryszard Kapuscinsky hace casi veinte años, ha elegido Muynak, en Uzbekistán, como paradigma de lo que fue y ya no es. En esa ciudad había balnearios y una importante industria conservera que daba trabajo a seiscientas personas.

Cuando el periodista polaco visitó el antiguo puerto de pescadores, el mar se hallaba a 60 u 80 kilómetros, según cuenta en su libro «El Imperio». La directora catalana tuvo que viajar 300 para acercarse adonde en 2008 estaba la orilla del Aral.

Hoy, los únicos testigos de todo aquello son un viejo museo, que guarda fotografías de entonces, y las carcasas de los barcos en la tierra yerma.

De años atrás quedan películas caseras de súper 8, que a Coixet le costó «mucho, mucho» conseguir, tras haberle resultado imposible acceder a los archivos de la televisión uzbeka.

«Las imágenes de los 60 parecen más modernas de lo que ves ahora. Era una ciudad floreciente. Ahora hay un sentimiento fatalista de la vida, como una extraña voluntad de terminar con la memoria del mar», aseguró.

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